Maduro: el Jirafales de Cuba.
I
No lo niego, formamos parte de una generación que es hija de la televisión y del cine.
Recuerdo con gratitud, y sin complejos, como de niños, para aplacarnos, nos sometían a maratónicas tandas televisivas. Entre comiquitas, series policíacas gringas y telenovelas, nuestras tardes y noches estaban repletas de fantasía y enajenación, acaso por ello hayamos vivido tan ajenos a la triste realidad.
La cultura del espectáculo -que muy conservadoramente abomina Mario Vargas Llosa en su último ensayo-, sus imágenes, su lenguaje y, por supuesto, sus íconos forman parte de nuestro imaginario más íntimo.
No soy persona de reflectores ni de tribunas, uno confunde su mirada y su voz en ellas. Soy dudoso de alabanzas porque petrifican el alma y apagan el ritmo de nuestro corazón, uno tiende a arrellanarse en sí mismo.