Gustavo Tovar-Arroyo
«Libertad, alza la frenteé»
Alí Primera
Back in Venezuela (la bolivariana)
En el año 1993, ante el fatídico desenlace que guiaba nuestra vida sociopolítica (golpes de Estado, destituciones presidenciales, vacío de poder), un grupo numeroso de jóvenes venezolanos, entre ellos yo, decidió marcharse del país para probar suerte en otras esferas del planeta.
Pasaron, desde entonces, seis años, y muchos, enhoramala, hemos decidido volver para participar de este revoltijo que en la actualidad nos signa (mucho peor que aquel escenario primigenio del 93), e intentar (patadas de ahogado), a toda costa, disponer de las pocas o muchas experiencias aprendidas en el exterior para librar al país de los vientos apestosos que se dejan oler (en su interior).
Nos fuimos cuando, ciertamente, el cuadro era desolador y bullían «gases» de transformación y ruptura. La sociedad democrática venezolana se miraba a sí misma y debatía la posibilidad, como la bestia que intenta morder su rabo, de aliviarse de ese prurito enfadoso que algunas garrapatas (léase Lusinchi, Ibáñez, Pérez, Matos) le habían causado a su enmarañado cuerpo. Pretendía, la sociedad, un acto de contrición, un hiato en su desprestigiada evolución sociopolítica, liderada por quien se suponía el valor moral más estable, el gran conciliador de la democracia, Caldera. Aquel acto de contrición y aquel hiato, años después, sobrevinieron martirio: Chávez.
No es mi empeño en este suelto enumerar los acontecimientos históricos vinculados con lo anterior, ni evaluar la escala de influencia que ellos tuvieron en nuestra cultura. Su orden de magnitud, oportunamente, lo ha rescatado Chávez en su discurso simplista y kitsch. Yo, emulando al troglodita del verbo, haré otro tanto: seré efectista y fácil, por ello no analizaré acontecimientos desde su perspectiva histórica. Sin embargo, rescato que es una verdadera lástima que haya sido él, y no otros, acaso más instruidos y menos viscerales, el que haya inventariado y dictado los valores históricos de ese período. Una lástima que perjudica a la coherencia histórica de este país y al sentido lógico de su evolución política. Ni hablaré
En la cárcel con Chávez
Antes de emprender ese largo viaje hacia México, en tiempos de insurrección y choque, aún estudiante de la Universidad Católica Andrés Bello, penetré las murallas de seguridad del cuartel San Carlos /»engatusando por doquier a carceleros/» para conocer de viva voz los «veraces» (¿no está de moda esta palabra que el mismo Sócrates no pudo definir, imaginen ustedes nuestros jueces?) motivos de la asonada golpista. Ahí me tropecé con Chávez por primera vez (Do you remember me, babe?)
La impresión que me produjo fue más emocional que intelectual. Ambos, ¿realismo mágico aquello?, cantamos, entre rejas, en la celda compartida del mayor Urdaneta, el Alma Llanera. El teniente coronel me reprendió por no saberme, al pelo, la letra de la canción. Le expliqué que ni los «pollitos dicen» me sabía. í‰l aceptó mi excusa. Hicimos bromas, mentamos madres a copeyanos y adecos (cuánto voluntarismo el nuestro), soñamos despiertos una nueva Venezuela, y, al final, como ocurre en momentos de voluntarismo político, abrazados, cantando el himno nacional, juramos salvar a la patria (hoy me pregunto: ¿de quién?).
Debo apuntar que, en aquella oportunidad, no me sedujo la personalidad de Chávez, como en su tiempo sí la de Fidel Castro (cuánta aberración la mía como universitario romántico). Me agradó, eso sí, su brío, su dignidad y su firmeza. Me dije (se lo dije también a él, si no me equivoco): «Conociendo a nuestro pueblo soberano (para errar), no tardará mucho en divinizarse a este locoé»
Dicho y hecho. Lástima.
La Venezuela que fuimos
Nada más cierto que, para los tiempos aquellos, principios de los noventa, no existía quien, en esta náufraga tierra inspiradora de lástimas, no quisiese llevar al traste tanto a adecos como a copeyanos; poner en su sitio a las barraganas; ajusticiar a los injustos jueces rectores de justicia (valga la cacofonía); morderle la oreja a la CTV; reformar algunos preceptos de la ahora «moribunda»; inmolar, a pellizcos, a cuanto político ruin circulase por la redonda; sacarle el corazón en la pira sacramental (que para estos efectos sería Miraflores) a las sanguijuelas del congreso; en fin, nosotros, los hijos de la democracia, excarcelar nuestras furias cautivas durante el período conocido como la cuarta República, y confinarlas, con nuestras manos-garras en el cuello blanco y despejado de varios.
Sí, la ira, ante el bochorno político, nos hizo, incluso, pensar que sólo el diablo (encarnado en los militares) podría sacudirnos de este mal genético: Piel de zapa nuestro destino (recuerdan aquella novela protagonizada por Raúl Amundaray). Necesitábamos rigor y disciplina. Voluntad, ideología y liderazgo. Un matador que pudiera lidiar con la manada de bestias que habían conducido los destinos del país.
Con el tiempo, ahora absuelto y legitimado, apareció Chávez.
¿Lástima?
Entre Manuel Caballero e Ibsen Martínez: un Chávez.
Unos, vuelvo sobre los exiliados de principios de los noventa, escogieron Europa, otros los Estados Unidos, muy pocos, mi caso, México.
Alfonso Reyes, Vasconcelos, Paz, Carlos Fuentes (lecturas obligatorias en aquella tierra guerrera, pero, a diferencia de otras más cercanas, «preclara»), despejaban los horizontes del pensamiento, y promovían la profundidad intelectual como «fundamentos» de la modernidad para interpretar, criticar, codificar y transformar, sin inclinaciones pragmáticas y fáciles, la realidad social cuando fuese necesario.
No exagero en señalar que todo lo leído, cualquier tesis aprendida en estos años de fuga y de exteriorización del «rollo» venezolano, invita a considerar que Venezuela, como nación /»ni hablar como Estado/», se arrima hacia tiempos de retorcijón y diarrea (usando las metafóricas tactics de nuestro expresivo señor Presidente).
En el exilio, nuestro enlace directo e inmediato con Venezuela lo representaba Internet. El Nacional, el Universal y Venezuela Analítica (www.analítica.com) nos dibujaban, con sus excelentes páginas web, el escenario venezolano de manera fidedigna. Fue así como pude conocer dos perfiles distintos de Chávez a través de dos fusiles de similar calibre (pero de diferentes tipos de mira): Manuel Caballero e Ibsen Martínez.
El primero nos presentaba de modo razonado y crítico a un Chávez autoritario, intolerante y reaccionario, cuya calidad de militar, abría cualquier tipo de sospecha odiosa en cuanto a su coste como probable Presidente de Venezuela. El segundo, usando una pluma mordaz y socarrona, a través de ocurrencias afortunadas, nos asistía con una versión de Chávez menos pérfida, más circunstancial, aun necesaria para extirpar ese cáncer maligno que simbolizaba AD (y su abanderado de turno Alfaro Ucero).
Sin hacer de juez de ninguna de las dos visiones, a estas alturas azarosas, podemos pensar que la balanza se inclina hacia la visual que el teleobjetivo de Caballero registró.
Más lástima.
El imperio de los chimbos
Esta tarde leía /»cuestión de ajustarme a ritmos intelectuales/», antes de entender, no mi responsabilidadé, mi obligación de participar en la gran «conversación» que vive en la actualidad Venezuela, a ese gran maestro de la crítica periodística que nos concedió la ahora Edad Oscura de la bolivarianismo venezolano (me refiero, al Puntofijismo, ¡ese monstruo!), José Ignacio Cabrujas, en un suelto escrito en 1991 intitulado: Carta a Fidel (Castro), y pude confirmar que, a parte de la amnesia histórica que padece nuestro pueblo, el «atracón» actual, origen de los apestosos vientos que soplan, esto es, la involución chavista, es una mueca criolla del padecimiento cubano provocado por el castrismo. Nuestra involución es una calca inspirada en el espejismo fidelino, y todo indica, como bien lo expuso Chávez, que hacia ese mar hemos de naufragar los venezolanos-bolivarianos (me pregunto: ¿será adjetivo o sustantivo eso del bolivarianismo de la República?).
Y, nuestro país, del Gobierno bolivariano de los repugnantes corruptos, al Imperio bolivariano de los resentidos y chimbos. Y, entre el filo aguzadísimo de los chimbos y los corruptos, Bolívar se retuerce. Transita magullado por esta Venezuela despedazada a la que hoy volvemos.
Entre borregos y negativos: la lástima
En Venezuela, lejos de encontrar una suerte de promesa de estabilidad y concilio, encontramos un país dividido como nunca antes en nuestra historia reciente. División, entre venezolanos, que alarma y, como expuse arriba, apesta.
Un pueblo que reacciona, que no piensa, impulsado por el carisma ideológicamente insano de un presidente rabioso, quien promueve un odio inusitado entre paisanos, entre compatriotas (la bestia se muerde la cola y se desangra), se ve confinado a decidir entre la negación y el pastoreo.
Tragicomedia inusual, el otrora problema de corrupción y clientelismo, ahora es pugna social y sectarismo. Me atrevo a considerar que /»sin ánimo de proselitismo en favor de ninguna tendencia/» si el pueblo impusiera un coto a la valentona y divisionista actitud de Chávez mostrándole con un «No» rotundo (a sus mariqueras y lloriqueos), que el rencor (¿justificado?) de un líder no podrá fraccionar a Venezuela, estaríamos en presencia del más importante acto de consciencia histórica protagonizado por nuestro pueblo en el presente siglo: necesitamos cambios, sí, mas no voluntarismos despóticos. Por ello, a mi regreso, ni borrego ni negativo, simplemente, sin lástima, no al fascismo.
Do you remember me, Mr. President?
¿Salvar a la patria? ¿De quién? Ahora, desde la /»eterna/» disidencia, resulta que de ti estimado Huguín. Malparados y arruinados, adecos y copeyanos, el novel tirano, sembrador de discordia, es otro: you.
Y no me queda más remedio que exponerlo, demasiado tarde acaso, ante el estupor ideológico que derrochan tus discursos: impresiona lo rápido que olvidaste ser pueblo en nombre de esa nefasta y nueva investidura que te ilustra, la del «Ultimo de los Adecos» (¿por exterminar?).
See you, babeé