«Venezolana, venezolano…, Venezuela eres tú, lucha por ti.é»
Captan momento cuando escribía: «Venezolana, venezolano…, Venezuela eres tú, lucha por ti.é
Captan momento cuando escribía: «Venezolana, venezolano…, Venezuela eres tú, lucha por ti.é
No soy persona de ir por la vida buscando nuevas amistades. Si llegan bien, si no, da lo mismo. Las amistades que tengo son suficientes, además, me siento enaltecido con ellas, en estos años terribles si no fuese por algunos de mis amigos hoy sería un náufrago del tiempo, un romántico que lucha con su hacha de viento en contra de una tiranía de plomo.
Y no lo soy, mis mejores amigos y yo luchamos por lo mismo y juntos, con diferencias de criterio, pero juntos: añoramos una Venezuela más humana y libre, y hemos ofrecido lo mejor de nosotros por lograrlo.
La amistad basada en principios, visión y creación civil es la mejor de todas las amistades. Básicamente porque no sólo se funda sobre la fraternidad (que es lo ordinario), sino en algo mayor: un compromiso común por mejorar nuestras condiciones de vida, luchando férreamente y a cualquier costo por lograrlo (que es lo extraordinario). Esas sí son amistades serias.
En ese sentido, en el de mejorar las condiciones de vida comunes, la discusión crítica, el debate, no puede ser algo que dañe la amistad sino lo contrario, debe fortalecerla.
Pese a nuestras diferencias que nuestra amistad libere a Venezuela.
La política es ingrata. El sacrificio de un político -quien, en su estado ideal, es un soñador de bienestar y prosperidad nacional, un idealista- es incomprendido.
Su vocación más gentil -la del político- es la de €œservir€ al pueblo, quien por lo general no queda satisfecho, se queja, menta madres, vota con resentimiento por un loco asesino como Chávez, se arrepiente, vuelve a mentar madres, pero ya es tarde, el país está arruinado.
Contar con buenos políticos, honestos, serios, emprendedores y dedicados a servir al prójimo sin ánimo de enriquecerse ilícitamente, sin intención de perpetuarse en el poder, ni arruinando despelotadamente todo a su paso (como los chavistas), es casi un privilegio.
En Venezuela ha emergido una nueva generación del tipo de político honesto, serio, dedicado a servir, visionario, que no busca su propio beneficio sino el interés nacional. María Corina Machado, Freddy Guevara, Leopoldo López, Carlos Ocaríz o Ramón Muchacho son algunos ejemplos.
Hablemos de Ramón Muchacho.
Peor que el ridículo que protagonizó Nicolás Maduro -y su penoso premio de consolación- con la visita del presidente Barack Obama a Cuba, es el ridículo que estamos protagonizando los venezolanos manteniendo en el poder a esa vergí¼enza humana, a ese bobalicón de siete suelas, a ese traidor que Chávez nos legó como sucesor.
Cada día que Nicolás pasa en el poder es un día de apocamiento para ti y para mí, para nosotros, como venezolanos. Somos menos, nos devaluamos como nación mientras el €œbobo catastrófico€ rija nuestro destino. Con él en el poder, chavistas y humanistas, todos juntos, unidos, somos algo menos que nada.
Sí, con él en el poder, Venezuelaé, los venezolanos somos nada.
Pese a mi instinto de poeta (fugaz) y la necesidad de escribir desde lo íntimo, he decidido saltar a la primera personal del plural: €œnosotros€, motivado por las conmovedoras palabras de Lilian Tintori en la presentación en Madrid del libro Preso pero libre escrito por su esposo Leopoldo López tras las rejas militares de Ramo Verde, que a todas luces no han podido encarcelar su alma, ni la encarcelarán.
A partir de esta entrega -y hasta que alcancemos la libertad- soy el que me lee y quien conmigo escribe a coro todas las semanas, soy Leopoldo López y todos los presos políticos y sociales. Soy un desabastecido y todo el que hurga por comida. Soy el enfermo que no encuentra medicina y también el que pierde su vida en miserables colas. Soy la víctima de la delincuencia, el torturado y el hermano en el exilio. Soy el hombre incendiado vivo y el masacrado en Tumeremo por el chavismo.
Soyé, somos los encarcelados por la dictadura chavista. Sí, soy un €œnosotros€ monumental que pese a la crueldad y el desprecio chavista permanecemos indoblegables, libres.
Nosotros somos los presos libres.
Representante de Ecuador y Asambleísta Nacional, Cristina Reyes, durante su intervención en el 2do Parlamento Iberoamericano de la Juventud. Guayaquil, Ecuador, Noviembre 2015.
Camino por un Berlín reinventado. Esto no es lo que fue un día ni lo será jamás.
Me posee una extraña sensación que no había experimentado en mis anteriores visitas: me aturden gritos roncos, lamentos soterrados, agonías. Las escucho por todas partes. Veo gente aterrorizada, aturdida por los bombardeos, abrigándose y resguardando a sus hijos de un histérico salpicar de plomo, de fuego y de concreto. Los veo correr, guarnecerse entre ruinas, escudriñar una mirada entre boquetes de escombros y de sangre. Estas memorias no son mías pero me sujetan mientras ando, muerden mis pasos extraviados. Estoy a punto de un desmayo.
¿Qué me pasa?
La vida le clava a uno puñaladas que se arraigan, que no se esfuman. Su dolor permanece intacto, está ahí punzando, cacheteándonos en momentos de recreo y distracción, repasando nuestra vulnerabilidad.
Cuando el chavismo asesino a mi amigo Jesús Capote en la marcha del 11 de abril de 2002 por empinar alto la bandera venezolana y gritar corajudamente: €œ¡Ni un paso atrás! ¡Queremos libertad!€, entendí el terrible término jurídico €œlesa humanidad€ (herir a seres humanos por pensar o Ser distintos). La comprensión fue una puñalada de realidad, una premonición del dolor que se avecinaba.
Una infame muerte por razones de antagonismo político me condujo entonces a la lectura de un texto formidable: el Estatuto de Roma, que nos alarma a detalle cuando una sociedad será sometida a una atrocidad inhumana, a una dictadura ruinosa y exterminadora. Un texto que compendia millones de lamentos de sufrimiento humano e intenta prevenirlo. Un texto que sirve como profecía del dolor.
Nuestro dolor.
Me acerco a este artículo como quien se arrima a una fiera malherida. Lo zigzagueo y amago mientras me aproximo a él, hago rodeos para evadirlo porque entiendo su dificultad, me levanto, lo pienso, volteo a los lados, lo vuelvo a pensar, pero sé que lo tengo que escribir.
Y lo haré, es necesario.
Alguien les tiene que llamar la atención -para que reflexionen, para que vuelvan en sí- y no sigan anidados en el pánico o en el llanto. Al menos no ahora. Entiendo que no es el mejor momento para empujones, pero sólo la conciencia crítica libera, a ella me sujeto en esta reflexión en voz alta.
Espero la entiendan.
No existe una sola alma venezolana que haya salido inmune de heridas durante el ruinoso tiempo del chavismo.
Nadie se ha salvado, acaso los únicos hayan sido los enchufados chavistas pero ni siquiera. Su vergí¼enza ha sido tal que la mancha de inmoralidad los convierte en indeseables internacionales cuya deshonra es inocultable por más que intenten esconderse en una maleza de lujos y riquezas. Son los señalados del mundo, a donde van los apuntan con repugnancia.
Pero su verdadera repugnancia es verse al espejo, y esa es una repugnancia que no se cura nunca. Su alma está marcada por otro tipo de herida, la del asco moral, que es una herida peor.
Como nación hemos resistido, protestado y hasta reivindicado nuestra dignidad. Si algo será recordado en este período terrible de devastación y ocupación castrista será la entereza con la que algunos resistieron y lucharon.
Como olvidar, por ejemplo, el cambio al curso de la historia que dieron los estudiantes el año 2007. Su victoria sobre Chávez marcó el hito del inicio del derrumbe de su régimen e incluso, la resistencia y la movilización, lo llevaron a la muerte. No soportó la humillación.
No ha sido fácil ni lo será. La peste ideológica que supuso el chavismo fue y seguirá siendo catastrófica. La ruina es total y levantarnos de la calamidad llevará años.
Pero lo hemos logrado, poco a poco, con mucho dolor y repletos de heridas, lo hemos logrado. Estamos de pie, magullados, pero de pie. Y somos mayoría.
Pero hay que seguir, el objetivo último de la libertad todavía no se ha logrado.
€œYo los invitó humildemente a que nos revisemos€
Lo sé, lo sé, no me lo tienen que repetir, cada vez que piso París la jauría maldita de Artaud, Mallarme, Baudelaire y Rimbaud se junta y salta sobre mi espíritu para caerle a mordiscos, y éste -mi espíritu- responde a su vez con mordiscos contra los rabiosos perros del narcochavismo.
Siempre es lo mismo, llamémosle legitima defensa espiritual. Es como un ritual místico que ejerzo para limpiarme de las malas vibras socialistas. Recuerden, soy el blasfemo predilecto del chavismo, el sacrílego vociferante de sus sonoras idioteces. Soy el poeta conspirador, es decir, el poeta maldito.
Y lo disfruto. No lo niego ni me niego: lo disfruto. Lo he dicho antes, es irremediableé, soy irremediable. Saber que el narcochavismo se retuerce de ira por lo que escribo me causa fruición y risa, sí, sonrío con diablura siniestra.
Como en esta entregaé