Venezuela en llamasé
Venezuela en llamasé

Venezuela en llamasé

Los gritos enterrados en Berlín

Camino por un Berlín reinventado. Esto no es lo que fue un día ni lo será jamás.

Me posee una extraña sensación que no había experimentado en mis anteriores visitas: me aturden gritos roncos, lamentos soterrados, agonías. Las escucho por todas partes. Veo gente aterrorizada, aturdida por los bombardeos, abrigándose y resguardando a sus hijos de un histérico salpicar de plomo, de fuego y de concreto. Los veo correr, guarnecerse entre ruinas, escudriñar una mirada entre boquetes de escombros y de sangre. Estas memorias no son mías pero me sujetan mientras ando, muerden mis pasos extraviados. Estoy a punto de un desmayo.

¿Qué me pasa?

 

Profecía del dolor

La vida le clava a uno puñaladas que se arraigan, que no se esfuman. Su dolor permanece intacto, está ahí punzando, cacheteándonos en momentos de recreo y distracción, repasando nuestra vulnerabilidad.

Cuando el chavismo asesino a mi amigo Jesús Capote en la marcha del 11 de abril de 2002 por empinar alto la bandera venezolana y gritar corajudamente: €œ¡Ni un paso atrás! ¡Queremos libertad!€, entendí el terrible término jurídico €œlesa humanidad€ (herir a seres humanos por pensar o Ser distintos). La comprensión fue una puñalada de realidad, una premonición del dolor que se avecinaba.

Una infame muerte por razones de antagonismo político me condujo entonces a la lectura de un texto formidable: el Estatuto de Roma, que nos alarma a detalle cuando una sociedad será sometida a una atrocidad inhumana, a una dictadura ruinosa y exterminadora. Un texto que compendia millones de lamentos de sufrimiento humano e intenta prevenirlo. Un texto que sirve como profecía del dolor.

Nuestro dolor.

 

El profeta sin su tierra

Recientemente, viviendo en el exilio, fui sorprendido con la noticia de que los muchachotes del portal €œArmando Info€ hacían una investigación periodística sobre mí. ¿Sobre mí? En los tiempos atroces que padece Venezuela ser objeto de una investigación que no viniese de Diosdi Cabello no sólo me resultaba excéntrico, lo consideré baladí.

¿Cuál podría ser el interés que un poeta inconcluso como yo habría de inspirar en alguien? Todavía no lo sé, la verdad pienso que ninguno. No soy profeta, por más que los cándidos escudriñadores de €œArmando Info€ se empeñen en consagrarme como tal, no lo soy. Mi único aporte real al pandemónium nacional ha sido el anticipar un dolor mayor para el país y formar jóvenes para que intentaran evitarlo con conciencia crítica y movilización social noviolenta.

Cosa que a todas luces, luego de observar con horror la masacre de Tumeremo, no logré.

Nos hemos deshumanizado, soy un profeta sin tierra.

 

Venezuela en llamas

He perdido la tierra y el aire. Una tras otra, las noticias que nos llegan del país son más devastadoras. Niños mueren de hambre o mengua por falta de medicinas. Riñas, golpizas, asesinatos, saqueos. Una larga lista de atrocidades se suman al mortificante cinismo chavista con que se desatiende, entre lujos y narcosobrinos presos, nuestra destrucción nacional. Nada importa, nada pesa, sólo el desprecio.

¿Qué nos pasó? ¿Qué nos pasa? ¿Alguien más siente terror? ¿La peste chavista logró contagiarnos a todos por igual?

La estampa del ratero incendiado -vivo y en vivo- a manos de unos vengadores que vimos circular por las redes sociales me horrorizó hasta la asfixia. Un país no lo es sin su pueblo, sin su sociedad, sin su gente. Venezuela no es sólo una geografía o esplendorosos recursos naturales. Venezuela son los venezolanos, eres tú, es él, soy yo, somos nosotros. Venezuela es también ese ladrón que fue incendiado -ajusticiado- ante la mirada inalterable de los transeúntes, ese ladrón que se retorcía en llamas, quejoso, bramando espantosamente su dolor mientras se carbonizaba en la hoguera de las redes sociales.

Venezuela está en llamas, se quema, arde viva, muere.

¿Alguien se conmueve?

 

La crueldad

Lo que más duele no es la verificación de la profecía, sino la realidad. Nuestra realidad. La brutalidad con que despreciamos la vida humana, las puñaladas de cinismo chavista que nos contagia, el infierno que nos chamusca mientras algunos permanecen imperturbables.

¿Por qué nadie investiga periodísticamente el origen de nuestra crueldad?

Y no se trata de una sensiblería poética, se trata de un dolor que dejó de ser profecía y muerde nuestros pasos de nación extraviada, que sujeta nuestra garganta para sofocarnos y dejarnos sin un último aliento de esperanza.

Que nos apuñala con crueldad para ver si despertamos.

 

Todos

Lo que me pasó en Berlín, esa extraña sensación de agonía y muerte, fue que de pronto sentí que nuestro país, aunque en mucha menor medida, vive el preámbulo de un holocausto sin si quiera estar en guerra, o quizá sí, la guerra imaginaria que el chavismo ha impuesto contra el venezolano.

No sé si se trata de una realidad cruel que nos apuñala o de una nueva profecía, no sé si quien la profiere amerite otro trabajo de investigación periodística, sólo sé que si no detenemos esta devastación con acción civil y política audaz y decidida, algún día en el futuro lejano un extranjero nos visitará y sentirá que nuestro lamento mortal de hoy le morderá los pasos.

No es necesaria la devastación nacional para reinventarnos. No esperemos para reaccionar, hagamos las cosas bien, pero no esperemos.

Venezuela está en llamas, quien se incendia eres tú.

Somos todosé