Y decir que la ruina chavista se pudo evitaré
Y decir que la ruina chavista se pudo evitaré

Y decir que la ruina chavista se pudo evitaré

La comadrona del chavismo

En una arremetida franca, visceral, emergida desde mi entraña más profunda, hace algunas semanas me mandé una crítica severísima contra Rafael Caldera a quien llamé €œel idiota€. Confieso que pensé con cierto resquemor que saltarían las chispas rabiosas de muchos políticos y €œdoñitos€ académicos sobre mí (como aquel santo que desde Harvard se persigna horrorizado cada vez que lee mis artículos); pero no fue así.

Para mi sorpresa ocurrió lo contrario, la historia -devastadora, ruinosa y pervertida- como la estamos viviendo ha levantado muchas conciencias y el juicio contra el ex presidente está resultando inevitable y fatal.

En su caso, la historia no lo absolverá, lo linchará por el daño que causó como comadrona del chavismo, como su alcahuete y precursor.

Su debacle -la de Caldera-, por inmoral, es justa y necesaria.

La inmoralidad como suicidio

Las naciones no se devastan a sí mismas por ignorantes, sino por inmorales. El problema venezolano -de la Alemania nazi, de la Italia fascista o de la Cuba castrista- nunca ha sido la ignorancia, ha sido la inmoralidad.

El caldo de cultivo que permitió el ascenso de un criminal como Hugo Chávez al poder fue una aguda inmoralidad que había invadido todas las esferas del poder venezolano. Todas. En cierto sentido, Chávez fue un volcán que estalló hasta el cielo toda la inmoralidad que yacía dormida en el subsuelo de nuestra política. La ferocidad de su lava nos ha convertido en una nación calcinada.

Cuando Vargas Llosa escribió El suicidio de una nación presagió con escalofriante precisión que con un traidor como Chávez en el poder Venezuela viviría un Holocausto caribeño.

Pocos le hicieron caso.

De tanto alcohol y marihuana

Siento un genuino irrespeto, que raya en el desprecio, por las histéricas doñas académicas venezolanas. Lo saben, ya me han leído. Me parecen tan mediocres, como inmorales. Su lagañosa visión de las cosas, su olímpica capacidad para errar sin rectificaciones, pero sobre todo, su artritis crítica y su enyesada soberbia (tan calderista), en gran medida nos tienen sumidos en esta ruina.

Aquella conseja idiota de no hacer nada contra el delirante chavismo, de no reaccionar contra el fraude electoral de Maduro, de esperar, de no movilizarse, de aguantar el derrumbe nacional porque €œavanzábamos€, fue tan sospechosa como inexplicable.

El país está sumido en la anarquía porque la luz del pensamiento intelectual se ofuscó de tanto alcohol y marihuana. Deberían prohibirlos entre las doñas académicas. Lo peor es que se empecinan en la idiotez y sugieren que hay que esperar y esperar hasta que no quede piedra sobre piedra en Venezuela. Lo suyo no es ignorancia, es inmoralidad.

Para nuestra suerte, los políticos han dejado de escucharlos, los identifican por el universal descaro con que pontifican bobadas -histéricas- desde la colina de su mentecatez.

Eso sí es un avance.

La vigencia de Manuel Caballero

He tenido la suerte de haber contado con la generosa amistad de extraordinarios venezolanos de nuestro tiempo.

Eugenio Montejo, Rafael Arraiz, Teodoro Petkoff (de quien he sido crítico, pero a quien respeto), Jacobo Borges (nunca olvidaré la tunda de latigazos que le metió a una de mis metáforas; desde entonces me prometí jamás dar por terminado un poema sin haberlo lidiado, acarreado y sangrado antes), Rafael Cadenas o Manuel Caballero.

Me detengo sobre Manuel porque en estos días de horror he echado de menos su mentoría y lucidez. Aquella figuración casi bíblica que hizo del demoledor destino que le esperaba a Venezuela bajo el liderazgo del sátrapa Hugo Chávez Frías nos obliga a preguntarnos: ¿cómo lo supo? ¿cómo fue capaz de anticiparlo con tanta precisión?

Manuel lo advirtió y escribió hasta la exasperación, lo lamentable es que no lo escucharon, de hecho, hubo quienes se burlaron de sus juicios €œapocalípticos€. Hoy la historia conocida y prevista por él, el Apocalipsis venezolano, nos castiga con dolorosísimos latigazos de realidad. Sangramos por la herida. La vigencia de su visión obliga.

Hay que salir del chavismo cuanto antes.

La protesta moral

Caldera desestimó el mal que Chávez y el chavismo le causarían al país. No lo hizo por ignorancia, lo hizo por inmoral. Las doñas histéricas de la academia desestiman la anarquía que le espera al país si seguimos permitiendo que ese volcán de inmoralidad que es el chavismo siga rigiendo nuestro destino. No son ignorantes, son inmorales. Parte de la dirigencia política sigue esperando que el tiempo perfecto de Dios se haga y que por obra y gracia del Espíritu Santo el régimen caiga (ni se atreven a llamarlo dictadura). No son ignorantes, son inmorales.

La muerte del niño Oliver Sánchez y la de tantos otros se pudieron haber evitado. La ruina que estamos viviendo se pudo haber evitado. La debacle nacional se pudo haber evitado. Tanta desgracia reunida en el chavismo se pudo haber evitado. No lo hemos logrado evitar por nuestra ignorancia, sino por nuestra inmoralidad. Llegó la hora de evitarlo.

La moral tiene que movilizarse y protestar.

¡Ya!