Maduro y la jalada del siglo XXI
Maduro y la jalada del siglo XXI

Maduro y la jalada del siglo XXI

¿Por qué no te callas?

Siempre desprecié a Hugo Chávez, jamás me sedujeron sus promesas bañadas de sangre ni su oráculo reivindicador. Siempre me pareció un despreciable criminal.
Con los años, cuando me enteré de algunos de sus más “íntimos” secretos confirmé que el payaso del circo socialista era tan sólo un vociferante fanfarrón. Su vergüenza quedó patentizada cuando el Rey de España lo carajeó y mandó a callar. Chávez se calló y fingió universalmente su humillación. Desde la guerra de Independencia ningún monarca español –ni de ninguna parte– había humillado de tal manera a un mandatario venezolano. Fue patético.
Bolívar hubiese fusilado a Chávez por semejante acto de cobardía y traición.
 

¿Y a Maduro?

Sólo un patético como Hugo Chávez –algún día se sabrá la verdad– podría haber seleccionado como sucesor a otro patético (aunque de peor catadura y calaña) como Nicolás Maduro (su amado heredero) para liderar la revolución más estrepitosamente ridícula de todos los tiempos.
Lo he dicho antes e insistiré, nadie, ni los propios chavistas, comprenden las oscuras causas que motivaron la decisión de su comandante infinito. Yo sí. Lo sé desde hace tiempo pero he evitado meterme en chismes de lavandero, o mejor, en heridas palaciegas, porque no agregan nada a la devastación nacional. La explican, sí, pero no cambia en nada nuestra ruina; la empeora. Algún día se sabrá.
Lo cierto es que si Bolívar hubiese fusilado a Chávez por cobarde y traidor, estoy convencido de que el Padre de la Patria no sólo habría hecho lo mismo con Maduro, antes lo habría desnudado en una plaza pública durante tres días y sus noches para someter su flacidez moral al escarnio popular.
No tengo duda. La vergüenza es agobiante. Lo habría hecho no sólo por cobarde y traidor de los intereses nacionales, sino por jalabolas y mendigo de atención.
Me explico.

 

La jalada de bolas del siglo XXI

Sé que no soy el único que lo ha notado, pero la limosnera forma como Nicolás Maduro le anda mendigando atención al presidente de los Estados Unidos y jefe supremo del “imperio capitalista” de los Estados Unidos, Donald Trump, es de sonrojo y carcajada; nunca visto.
No sé si sea una pasiva obsesión por “hombres fuertes” (Hugo Chávez, Winston Vallenilla, etc.) o simplemente idiotez, pero sin duda alguna el pueblo hermano de Colombia se debe sentir abochornado con su paisano. Para nosotros –el país de su nacionalización– es simplemente un traidor. No podía ser de otro modo, este no es su país. No le duele.
Observar a Maduro lanzarle flores a Trump, atacar Obama para ganar indulgencia, implorar a los medios estadounidenses que dejen de criticar al magnate (quien por cierto no necesita ninguna ayuda para defenderse) o intentar lamer sus heridas, arrastrado, avergonzado, suplicante, ya ni siquiera merece nuestro repudio, merece nuestra risa.
¡Carajo, jala pero no te guindes!
 

El hartazgo final

El pueblo venezolano (incluso el chavista) detesta con todo su ser a Maduro. A través de él –su patetismo criminal y sus ridiculeces– ha llegado a desarrollar un odio africano por Hugo Chávez (quizá lo único positivo de este horror), que antes parecía imposible que ocurriera.
No perdonan el que les haya legado a su “boy toy” como líder.
Sin embargo, pese al hartazgo, el pueblo venezolano ya no sabe qué más hacer para deshacerse de Maduro. Ha hecho todo y de todo para salir de su peste. Ha votado, protestado, marchado, ha insultado y defenestrado al madurismo, se ha movilizado cuanta vez ha sido llamado a hacerlo, pero ha sido inútil. En cada ocasión que ha tenido al dictador y a su régimen jadeante y derrotado, algunos líderes opositores y sus partidos (pienso obviamente en los participantes del diálogo: PJ, AD y UNT) han traicionado la fuerza moral de la nación y han negociado la resurrección de la dictadura.
Maduro está ahí porque desde su origen como dictador, desde su primera usurpación y fraude, algunos miembros de la oposición en una franca e imperdonable traición a la voluntad popular, se atemorizaron y lo facilitaron. Cualquier iniciativa para “salir” de Maduro la obstruyeron, incluso las electorales.
Quien ha sucumbido contra el patético sucesor de Chávez no ha sido el bravo pueblo de Venezuela, quien ha sucumbido ha sido una parte de la dirigencia opositora (por lo general siempre son los mismos).
Esa es la cruel y devastadora verdad.
 

La urgida decisión militar

No soy ni seré jamás uno de los que acusa al venezolano de “pasivo” o “indolente”; no sé qué más pueda hacer para derrocar al patético y traidor régimen criminal que se ha instalado en Venezuela. Centenares de asesinados, muertos, presos, torturados, exiliados y perseguidos políticos exponen a cabalidad su espíritu de lucha, su dignidad y admirable persistencia.
Pero sí acuso de nuestro horror a un grupo preeminente de la oposición porque una y otra vez ha traicionado con engaños, negocios a trastienda, falacias y cobardías el anhelo de libertad de Venezuela. Los verdaderos opositores están presos, en el exilio o son flagrantemente excluidos por la Mesa de la Unidad (MUD) como María Corina Machado o Diego Arria.
Sé que muchos de nosotros, incluso pese a las traiciones y cobardías, seguiremos luchando. No nos rendimos ni nos rinden. Pero en medio de esta bochornosa jaladera de bolas del chavismo a Trump, de la crueldad dictatorial y de la ruina integral del país, me pregunto: ¿será que existe algún joven militar que, como la mayoría de nosotros, se siente indignado y, heredero de la fuerza espiritual de Bolívar, esté animado a poner orden de una vez por todas a esta calamidad?
No digo que llegue al extremo del fusilamiento porque los modos republicanos han abolido la pena de muerte, pero el derrocamiento y la cárcel son urgencias no sólo ciudadanas y populares, son urgencias históricas.
El que los chavistas estén jalándole bolas a Trump es muestra ineludible de que están perdidos. Es vital que la voluntad del pueblo de Venezuela también sea la voluntad de sus militares y políticos.
¿Habrá alguno?