2016, el “año terrible”
2016, el “año terrible”

2016, el “año terrible”

La arqueológica tristeza del derrotado

Ni la etimología latina de “derrota”: rota (fuga de un ejercito) y rupta(quebrado), ni la francesa: dérouter (dispersar, disolver), explican el desgarramiento emocional y moral, el desconsolador abatimiento o la arqueológica tristeza de quien ha sido derrotado. No hay gramática ni semántica que pueda explicar lo que siente un derrotado.
La derrota no sólo representa el perder o el haber sido vencido; el que se fugue y disperse desordenadamente un ejercito que ha sido doblegado, que pierde la ruta y huye.
La derrota representa un dolor, un sufrimiento enterrado en lo más hondo de nuestro ser, una agonía mayor que debe ser asumida con valor y con la convicción de que se puede y debe superar en algún momento.
De eso trata esta entrega.
 

Entre la babosada y la tración

El derrotado cuando lucha por la justicia, la democracia o la libertad, pronto debe volver en sí (tras la derrota), levantarse, organizarse y seguir luchando. Quien desafía una tiranía, pese a las ingratitudes, los sacrificios y las heridas, pese a la seguidilla de posibles derrotas, debe saber que su última y definitiva victoria es la libertad.
Quien lucha por la dignidad del ser humano está obligado a persistir hasta vencer. No hay otra opción.
El derrotado no puede sentirse victorioso ni engañarse a sí mismo –ni a sus compañeros– cuando los objetivos que se trazó en una lucha no fueron alcanzados, cuando sus ejércitos huyeron y se dispersaron o cuando el enemigo o contrincante salió airoso o se consolidó tras el enfrentamiento.
Engañarse a sí mismo es una babosada; engañar a otros, una traición.
 

El fango de las babas

Me resisto a formar parte de los cínicos que celebran derrotas con mítines y algarabías. Prefiero admitir derrotas que regocijarme en un fango de babas rodeado de babosos; me aturden sus desconcertantes bullicios. No puedo; simplemente no puedo. Por eso jamás podría ser chavista, pero tampoco podría acompañar ese tráfico de extorsiones y chantajes que es el diálogo. Por eso no convivo con histéricos doños académicos ni con las mulas sagradas de la política venezolana. Me dan grima, es un tema de carácter.
Estamos aquí en gran medida por ellos. No admiten sus derrotas, las disfrazan, las ocultan. Sus comisuras salivan.
Insisto: dan grima.
 

Luchó y venció

Las causas más nobles y justas de la historia de la humanidad en algún momento sufrieron derrotas, dolorosas derrotas. El dilema no es salir derrotado, todos en algún momento lo hemos estado, el dilema es permanecer derrotado eternamente y no admitirlo, y conformarse y no luchar.
En Venezuela, por ejemplo, la causa de la Independencia liderada por Simón Bolívar sufrió una derrota feroz cuando Boves y sus llaneros corretearon al Libertador y a decenas de miles de patriotas desde Caracas hasta Barcelona en lo que representó uno de los episodios más penosos y humillantes de la historia de nuestra nación, conocido como la emigración a oriente. Los perseguidos morían de hambre, enfermos, vociferando su amargura ante un Bolívar absolutamente abatido y derrotado, que terminó huyendo del país. Había perdido de manera aplastante, la arqueológica tristeza del derrotado lo avasallaba.
Sin embargo, persistió, se reorganizó, volvió a Venezuela, luchó y venció. Hoy nos llamamos venezolanos porque lo hizo, porque luchó y venció. Permítanme la insistencia: porque luchó y venció. No sólo luchó, ¡venció! Sí, ¡venció! Coño, ¡venció!
No hizo un periscope…
 

2016, el “año terrible”

Burlados por el diálogo, engañándonos a nosotros mismos, babosos, no hemos querido reconocer la estrepitosa derrota que representó el 2016, “año terrible” (como aquel 1814), para las causas de la libertad, la justicia y la democracia en Venezuela.
Los timoratos –los mismos de 1814 son los actuales, es cultural– negociaron la esperanza de nuestro pueblo. Lo más desconsolador es que otra vez no hay responsables ni culpables. Los timoratos siguen como si aquí no ha pasado nada. Hacen mítines, celebran.
Hay que decirlo sin regodeos, los mismos que claudicaron en 2012 y 2013 (y no lucharon exponiendo depresivas excusas), fueron los mismos que en el 2016 se rindieron. Los mismos que se seguirán rindiendo, es su carácter. Luchan, no vencen. Les da miedo.
El año 2016 fue desconsolador, un año terrible y triste, porque nuestra esperanza fue negociada. No nos hemos levantado de la derrota porque no la hemos asumido y mucho menos aceptado. La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) retoza en sus propias babas.
Hay que levantarse, tenemos la obligación moral de persistir, luchar, pero sobre todo de vencer. Nuestra obligación como venezolanos es derrotar a los cubanos y a los narcotraficantes que nos rigen. De una vez por todas nos urge vencer.
¿Lo podremos hacer con los mismos líderes?
Tú tienes la respuesta.