Diosdi, con el «plumero» dando
Diosdi, con el «plumero» dando

Diosdi, con el «plumero» dando

El masoquismo de los cerditos

He comentado -con bochorno- sobre la patología infantil que me impulsaba a clavarle púas a los cerditos hasta hacerlos chillar de dolor cuando era un niñito de campo, medio cimarrón. Lo sé, es vergonzoso siquiera recordarlo, pero la vergí¼enza lo amerita para mi entrega de hoy. Ya verán.

Antes revelo que todavía no concibo qué me movía a semejante acto de crueldad siendo como fui siempre un amante de los animales. Con los años, después de mucha reflexión y autocrítica, he llegado a la conclusión -seguramente equivocada- de que a los cerditos les divertía aquel juego masoquista y si se quiere macabro de mi parte.

No soy psiquiatra de cerdos ni sé si existe algún estudio científico que analice su posible masoquismo, pero en cualquier caso me gustaría conocer si mi reflexión se corresponde con la verdad, al menos para liberarme de culp

Lo expreso con sinceridad, no es broma ni sarcasmo, lo mío es una curiosidad de índole científica, porque de serlos, quiero decir, de ser los cerditos masoquistas, eso me permitiría entender por equivalencia genotípica a un masoquista que anda por ahí.

¿Saben a quién me refiero?

Diosdi o con el €œplumero€ dando

A pesar de las similitudes y las implacables apariencias, no es mi intención señalar que Diosdi Cabello parece morfológicamente un cerdito, no se trata de eso. Mi entrega va más allá, quiero entender -científicamente- si hay relación entre el aspecto bovino de ciertos seres humanos con el masoquismo. Porque no puede ser, no tiene explicación racional ni lógica alguna, que al €œhombre fuerte€ del madurismo le guste tanto que yo lo ande zarandeando de manera tan cruel y desmedida.

¿Será masoquista? No lo sé, creo que sí.

Por más que sus familiares, amigos y camaradas (tan parecidos a él, me vienen a la mente Carreño, Ameliach, González López y tantos otros de la manada) le aconsejen que no se meta conmigo, que me deje en paz, que siempre que intenta llamar mi atención sale chillando de dolor, él insiste.

Esta semana Diosdi lo volvió a hacer, tomó su €œplumero€ multicolor e intentó involucrame con el manejo de la cuenta de twitter de un criminal chavista, otro más, a quien se le conocía como €œEl Picure€, que según se sabe era el protegido de Tareck El Aissami y socio operativo de los narcosobrinos Flores (caídos en desgracia) en el pérfido negocio del narcotráfico.

Como es público y notorio, yo no me junto con chavistas, es decir, con criminales ni narcotraficantes, ni necesito escudarme en parodias ni nombres ficticios para clavarle mi púa crítica -con cierta crueldad, lo reconozco- a los animales que han destruido a Venezuela.

No necesito ni velos ni máscaras, ni las necesitaré jamás, para desafiar a lo más puerco que haya conocido la política venezolana en su historia: el chavismo.

Lo hago de frente y con placer (patología infantil).

Mi peor pesadilla

El venezolano piensa que con la hambruna, la criminalidad, la falta de agua y de luz, la escasez de alimentos y de medicinas, el desmoronamiento del aparato productivo, la descomposición social, la sumisión traidora a Fidel Castro, en fin, con la ruina total que ha significado el chavismo para el país, vive una pesadilla, pero no lo es, es una patética realidad.

Por más incomprensible y surrealista que parezca, la devastación nacional que lograron Hugo Chávez y Nicolás Maduro (hablando de cerdos) es tan real como apocalíptica. No es un sueño ni una alucinación, es un hecho evidente y trágicamente vivido.

Por ello, el hecho de que en medio de ese colosal caos y de la catástrofe venezolana, el que Diosdi esté tan pendiente de mí, el que busque toda suerte de imbecilidades para cautivar mi atención, debo reconocerlo, no sólo levanta sobre mí dudas pretéritas -y científicas- sobre el masoquismo de los cerditos -y de los que morfológicamente se les parecen-, sino genera otro tipo de sospechas menos sesudas o reflexivas, mucho más básicas y obvias: ¿será que Diosdi -y su plumero- está enamorado de mí?

¿Será posible?

El sólo acto de escribirlo me escandaliza y, no lo niego, me asusta. Imaginar a ese masoquista en modo sádico-coquetón, persiguiéndome, rodeándome (¿encarcelándome?), dando saltitos amanerados a mi alrededor, con sus brazos recogidos y sus manos inclinaditas, mientras me llama (como lo suele hacer): €œ¡Gustavito! ¡Gustavito! ¡Mi prófugo! ¡Mi conspirador! ¡Mi desestabilizador! ¡Mi Picure! ¡Ven a mí!€, me mortifica y sofoca, es mi peor pesadilla, lo debo confesar.

Por eso no me dejaré atrapar jamás, prefiero el aislamiento eterno o la muerte a semejante tortura. Lo cierto es que no me aislaré ni moriré, seré libre y lucharé hasta mi último aliento para que Venezuela lo sea también. No sólo para liberarnos de la pesadilla chavista, sino muy especialmente para sacudirnos de su pavorosa y cruel realidad. Para despertar.

Sé que le volví a meter una zarandeada a Cabello en este nuevo round, me la puso muy fácil por su última imbecilidad, pero no basta con ganar rounds, hay que ganar la pelea. No lidiamos con cerditos, lidiamos con criminales y narcotraficantes, con mafias asesinas.

Si ganamos, ganaría la moral y la luz, ganaría la libertad.

Si ganamos, ganaría Venezuela.

Por eso hay que seguiré