€œLas malas palabras estallan como soles atroces€
Octavio Paz
El arco o la lira
Dos utensilios semejantes con usos diametralmente distintos.
La lira, un instrumento musical de cuerda que, como el arpa, emite un sonido poético que serena el alma. El arco, un instrumento guerrero cuya cuerda lanza una flecha y frustra el alma.
Fue el poeta mexicano Octavio Paz quien en su ensayo El arco y la libra concilió los dos utensilios diferenciando sutilmente su uso.
La lira causante de armonía y elevación, de vida; el arco (y su flecha) causante de dolor y caída, de muerte. Tan semejantes y tan distintos.
Logré percatarme realmente de la sutileza que diferenciaba estos dos utensilios ante el ambiente de guerra que sufrimos en Venezuela.
En la refriega, en este tiroteo constante de rebuznes, insensateces, empujones ideológicos y acusaciones que es el camposanto chavista, un poeta no usa la palabra -como una lira- para embellecer a la cultura, la usa -como un arco- para lanzar sus flechas cegadoras a la maldad.
Así que me dispongo y tomo mi arco, a lo lejos noto la presencia de una fiera rapaz, no logro divisar que clase de bestia es, pero sé que está al acecho porque sus ojos brillan en la oscuridad. Hay que abatirla (moralmente).
Sujeto el arco y tenso la cuerda, apunto mi flecha verbal al centro de su rencor y cuando tengo en la mira al animal me sacude una revelación, no disparo.
Un venadito lleno de explosivos
Si tan sólo una décima parte de las acusaciones penales que se le atribuyen a Miguel Rodríguez Torres fuesen verdad estaríamos en presencia de uno de los criminales más temibles de Latinoamérica de los últimos cien años.
Su supuesto prontuario es largo, comenzó con los asesinatos en el asalto a La Casona en el golpe de estado de febrero de 1992 y se encumbró cuando fungió como jefe del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN).
En el imaginario popular se le atribuyen secuestros, asesinatos, narcotráfico, encarcelaciones, terrorismo, torturas, chantajes, fabricaciones delictivas, extorsiones, maquinaciones para inculpar a miembros de la oposición y un largo etcétera de abominaciones y perfidia de la más pura.
Contribuía a su imagen de canalla infalible el silencio, la oscuridad y el secretismo como se desempeñaba. Su sombra latía ante cualquier indicio de maldad. Encarnaba la supuesta perversión detrás del régimen.
Por temor o por inquietud, dado su tufo ruin, su hálito depravado, nadie se atrevía a mencionarlo o acusarlo. Un secuestro, una prisión o un asesinato podrían suceder con tan sólo pronunciar su nombre.
Se le temía.
En fechas recientes, el campeón universal de la imbecilidad política y el desatino, Nicolás Maduro, lo nombró Ministro del Interior, Justicia y Paz. Fue turbador observarlo aparecer en la TV y escuchar su tartamudeo intelectual. La supuesta bestia secreta de la revolución reflejaba ser un redoblado bobolongo, un pánfilo cabal.
El mito de deshizo. La fiera resultó ser un venadito lerdo, eso sí, repleto de explosivos a su alrededor.
Al menos a mí me sirvió esta desmitificación para corroborar mi convicción de que el verdadero perverso y maquinador de toda la maldad de la cual la oposición ha sido víctima durante estos años fue Hugo Chávez Frías, que era ladino y maldito en su genialidad.
La gesticulación abobada de Rodríguez Torres (como atiborrado de calmantes y psicotrópicos), su lentitud mental, lo estrambótico de sus acusaciones -entre ellas a mí: me acusó la semana pasada, por enésima vez, de ser €œel desestabilizador de la fiesta mexicana€, es decir, el Juan Gabriel conspirador- y el inusitado acto de cobardía con que emboscó al general Antonio Rivero para apresarlo, demuestran no sólo que es un zopenco de la maldad, sino que su ferocidad es tan idiota y previsible que es poco probable que llegue a los niveles de su amaestrador, el sátrapa Hugo Chávez.
La historia lo recordará, a Rodríguez, como el mafioso bobolongo de la revolución. Un venadito renco y raquítico (espiritualmente), demasiado endeble como para cazar.
Piedad y perdón
Una vez que la eternidad chavista se ha roto y que sus herederos pisotean sin clemencia los escombros de la memoria de su líder, uno debe sentir piedad por ellos. Están huérfanos y aunque su orfandad signifique usurpación, atropello, cobardía y traición, debemos acariciar sus lomos y volverlos a los establos enrejados de donde jamás debieron salir.
Venezuela -los venezolanos- necesita un gran perdón mutuo. Todas las voces de reconciliación son sensatas y urgidas, todas tienen razón. Pero no nos apresuremos, antes tenemos una misión que cumplir, debemos limpiar las cañerías morales del madurismo y liberarnos de las aguas negras que hieden su poder político ilegitimo y usurpador.
Tiene que salir del poder (que ilegalmente han tomado) porque están convirtiendo a nuestra nación en un gran furúnculo de pus.
Rodríguez Torres es uno de los que más apesta. Bobolongo como es, intenta imitar la perversidad de su jefe y arremeter con felonías, amenazas de muerte, rebuznes y tiroteo ideológico para esconder lo que a todas luces es su mayor debilidad: la razón.
El peligro no es él, el peligro es que está repleto de explosivos a su alrededor y en cualquier momento, por su propio raquitismo espiritual, los hace estallar.
Yo no le dispararé mi flecha verbal. No hace falta. Pese a que me ha amenazado, amenazado a mi familia, lanzado perros decapitados, bombas y ráfagas sobre mi casa, tendré piedad espiritual y lo perdonaré. Es demasiado poca cosa para que use mi arco sobre él. Será la justicia las que se impongan, la cárcel será su único perdón.
Mientras tanto usaré mi lira y serenaré mi alma, hacía falta.