¿Perdonar?
¿Perdonar?

¿Perdonar?

Venezuela, en el corazón tatuada

Juan José Rendón (JJ) y yo hemos hilvanado una hermandad tejida sobre angustias, complicidades, rebeldías, visiones compartidas, pero sobre todo por una irreductible pasión por la libertad.

Venezuela es el vientre que nos hermana. A ella debemos nuestros mayores fervores y nuestros más desgarrados desvelos. Por ella existimos; para ella vivimos.

No hay destino sin ella. Ambos seríamos un par de extraviados errantes si nuestro corazón no tuviese tatuada la indeleble palabra €œVenezuela€.

Nuestros latidos llevan su nombre, la pronuncian.

 

 

El revire desafiante

Por no doblegarnos a la dictadura, por burlarnos de ella, por retarla y martirizarla con nuestras actividades y nuestros calculados silencios, JJ y yo hemos sido acusados y perseguidos sin tregua. Somos los sospechosos habituales de todas las conspiraciones, componendas, campañas desestabilizadoras o planes golpistas que en su delirio inventa el régimen.

Solemos reírnos cuando Maduro o Cabello nos acusan. Sin embargo, al margen de la burla o el desdén que provoca en ambos los disparates que esgrime la dictadura sobre nosotros -cómo lamen nuestros nombres o cómo se inclinan para husmear nuestras huellas, lambucear nuestros pasos-, no podemos negar -ni negarnos- la ferocidad implacable y permanente con que se nos ha atacado.

Hemos resistido, sí, pero no ha sido fácil. Muy poca gente conoce o entiende la saña, la perversión o la criminalidad con que se ha intentado domar nuestro revire desafiante.

Pese a que estamos de pie y más decididos que nunca de formar parte de la estocada final que acabe con la peste chavista, nuestros espíritus están llenos de magulladuras, fracturas y heridas.

Nadie sale incólume cuando desafía -sin miedo, pase lo que pase- a una dictadura.

Nadie.

 

La idea del perdón

JJ y yo solemos tener conversaciones muy largas. No existe un tema sobre el cual no debatamos airada y apasionadamente. Saltan chispas, truenos y centellas cada vez que discutimos, sea sobre historia, filosofía, noviolencia o política. Sabemos que sólo así -debatiendo, discutiendo, acordando- se enlazan las conclusiones importantes, y Venezuela vive una hora culminante de conclusiones importantes.

La última conversación giró sobre la idea del perdón. Esa palabra a un tiempo plácida y atormentante, sobre todo para aquellos que hemos sido mordidos por la infamia o rasguñados por la persecución política.

En nuestra conversación no hubo gritos ni enfados, hubo comprensión y concilio. Estamos claros, sabemos que las deserciones chavistas comienzan y serán cada día más frecuentes. La náusea nacional es unánime. Muchos de los más furiosos verdugos de ayer (como Nieves) de manera honesta u oportunista, por arrepentimiento genuino o para salvar su pellejo, se fugarán de la dictadura y se acercarán a la libertad.

¿Qué haremos? ¿Perdonar?

 

La noviolencia y sus raíces cristianas

Cuando Gandhi teorizó sobre las bases espirituales de la lucha liberadora noviolenta fundamentó toda su teoría en la misericordia cristiana.

Pese a no ser formado ni educado en el cristianismo ni haberlo practicado, Gandhi fue un estudioso y admirador de la obra de Jesucristo. El Mahatma (el alma grande) vio en su ejemplo la manera de cambiar una civilización sin necesidad de doblegarla con las armas o con la guerra.

Para Gandhi, el espíritu humano es básicamente bueno, noble, capaz de rectificar y cambiar, no hace falta doblegarlo o hacerlo sucumbir para hacerlo cambiar, puede lograrse transformar a través del ejemplo, el sacrificio, el perdón y la misericordia.

Sobre todo el perdón y la misericordia. Se dice fácil, pero no lo es ni lo será.

¿Lo intentaremos?

 

La misericordia

Misericordia viene del latín miser (desdichado, desgraciado, que causa compasión) y de cord (corazón). Quien siente misericordia siente compasión -desde su corazón- por el desgraciado o por el desdichado.

¿No es Venezuela una tierra desdichada por la desgracia chavista?¿No llevamos tatuada en nuestro corazón esa bella palabra (Venezuela) que tanta compasión nos causa? ¿No la invocamos -pronunciamos- en cada latido?

Claro que sí lo hacemos, y aunque nos cueste, aunque nos retuerza la rabia, nuestro corazón venezolano deberá completar la difícil tarea del perdón. Si no lo hacemos no habrá corazón con palabra tatuada que lata. No habrá nada, sólo un desdichado desangre.

¿Quién comienza a perdonar?

 

No hay perdón sin arrepentimiento genuino

Si Venezuela se quiere volver a encontrar, si desea que el tatuaje mutuo que nos hermana sea realmente sentido, sea de corazón, deberá perdonar.

JJ -quizá uno de los opositores con menos razones para perdonar- me lo razonó de manera impecable: €œTenemos que recuperar el perdón, más aún, tenemos que hacerlo no por oportunismo sino por convicción. Es la única manera noviolenta de menoscabar la feroces fauces que le restan a la dictadura. Es la única manera de que Venezuela se reconcilie y recupere el accidentado camino hacia la democracia y la libertad. Es difícil, pero si realmente queremos ser un país, estamos obligados a hacerlo.€

Leopoldo López, principal afectado de la barbarie de Nieves, ya lo hizo. Su madre y su esposa también. Lo hicieron por convicción ante lo que parece un arrepentimiento genuino.

Y digo genuino porque el mismo Nieves está dispuesto a pagar las consecuencias republicanas de sus actos. No somos una religión, somos una república y en las repúblicas no sólo impera la contrición, impera la justicia. No puede haber impunidad.

Y la justicia -si queremos recuperar la democracia- imperará.

 

La nueva sangre que fluye

La justicia llegará en su momento con sus atenuantes y perdones, es necesario que así sea, pero antes tenemos que liberar al país y si no somos capaces de perdonar, nuestros verdugos jamás dejarán de serlo. Temerán las consecuencias.

No lo digo yo, lo dijo Cristo, también Gandhi y Luther King, lo practicó en su momento Havel, Walesa y Mandela, y ahora lo hace impecablemente Leopoldo López en Venezuela.

Su sacrificio ha sido sembrador. Inyecta moral en la sangreé en la nueva sangre que fluye en el inmenso corazón de Venezuela.

Bienvenido sea ese país que se reencuentra e hilvana mutuamente el tejido de la hermandad, como JJ y yo, entre desgarraduras, fervores y una irreductible pasión por la libertad. Sin extravíos; por convicción.

Tatuada Venezuela en nuestro corazón.