Vestigios de su lumbre
Al fuego, fuego. Si la secuela es que quedemos todos calcinados en el infierno venezolano, comencemos. ¿No dicen que el fuego purifica?
Sé que mucha gente lee con rubor mis artículos, voltean escandalizados hacia los lados para cuidar que nadie los descubra cómplices de mis ultrajes, resguardan su nariz con un pañuelo, cubren sus ojos con sus manos, pero al final flaquean, una pícara curiosidad los arrastra, abren con duda culpable una rendija entre sus dedos medio e índice y comienzan -impacientes- la lectura de mi arrebato.
¿O no?
Este suelto no será la diferencia, lo garantizo. Anden, escóndanse, es hora de leer esta quemadura. Es lo más calcinante que habrán leído en la era del ardor madurista.
Incendiaron mi casa, mis letras son vestigios de su lumbre.
Preparo, apunto, escribo con fuegoé
Los acaramelados del siglo XXI
€œAl Comandante Supremo le gustaba jorungar coquetamente el bigote de Nicolás. Lo hacía con dulzura barinesa, Maduro cerraba los ojos inspirado, a veces brincaba de cosquillas. Se veían tan acaramelados y tiernos.€
€œLes encantaba caminar tomados de la mano. Al líder máximo le fascinaba pegarle nalgaditas, Nicolás se reía, era todo un Primer Damo.€
€œSu amor era magnético, hipnótico, un hechizo demoniaco. Compartían gustos, sentimientos, visiones. Eran el uno para el otro, unidos encarnaban el amor socialista del siglo XXI. ¿A quién más podría dejarle las riendas de la revolución sino a su perenne, como la luna, Primer Damo?€
Preguntó: ¿qué carajo me incumbe a mí toda esa intimidad? ¿Para qué invaden mis correos electrónicos con tanto acaramelamiento socialista? Basta, no sigan enviándome información que considero grotesca. No me importa, no me interesa. Si Maduro y Chávez se correteaban el uno al otro en ropa interior por los pasillos de La Casona era su problema, para mí es absolutamente irrelevante. No sigamos alimentando el morbo. Tenemos suficiente morbosidad con la desgarradora realidad nacional, con esa histeria de país que somos.
Lo trascendental y grave es que Chávez, tan excéntrico como era, rompió la lógica de la línea sucesoral revolucionaria y dejó como sucesor a su absurdo amor: Nicolás, ocasionándonos un severísimo problema político.
No midió las consecuencias de su delirio, creó un desequilibro fatal en la sucesión de su liderazgo y nos heredó una guerra.
Con toda razón sus familiares (Adán Chávez e hijas), los revolucionarios del 4 de febrero (Arias Cárdenas o Diosdado) y quienes arriesgaron su vida para rescatarlo el 13 de abril de 2002 (García Carneiro, Bernal o Baduel) se preguntan: ¿qué mérito hizo Maduro para convertirse en el nuevo €œlíder máximo€ de la revolución?
¿Guardar su espalda?
La guerra de sucesión chavista
Las intrigas y las dudas se desatan dentro del régimen. Nadie entiende la violación a la lógica sucesoral revolucionaria que Chávez impuso. Observan con pasmo cómo Nicolás Maduro (alias €œEl amante€) destruye, a paso de vencedores, todo lo arriesgado, todo lo recorrido.
Con él se desvanece incontroladamente la revolución, es una pocilga de insensateces donde incluso se da el lujo de colocar a su hijo, el principito Nicolás Maduro Guerra, como el supremo inspector de militares, gobernadores y de los €œhéroes€ del 4 de febrero.
¿Podría concebirse peor nivel de demencia y humillación? ¿Hay alguien dentro del chavismo con la dignidad suficiente para mandar para el carajo a ese imberbe carajito? ¿Algún militar digno, uno sólo?
Cuando Cilia Flores -puertas adentro- acusa a María Gabriela Chávez de ser una €œburguesita€, una €œparasita€ que se comporta como una €œcualquiera€, está librando una batalla feroz para consolidarse en el poder y seguir ubicando a sus familiares (hermanos, hijos, ex maridos y sobrinos) en los puestos de mayor relevancia dentro de la revolución madurista.
O cuando €œel principito€ Nicolás Maduro Guerra -ese redoblado pendejo- señala que su papá lo escogió a él para inspeccionar la eficacia del socialismo del siglo XXI y no a Huguito Chávez Colmenares (hijo de Chávez) porque éste es un drogadicto que no sirve para nada, muestra sus dientes e interés por suceder a su progenitor en el poder.
La guerra sucesoral ha comenzado. El chavismo y el madurismo se devoran entre sí como caníbales y en el transcurrir del tiempo esta furiosa batalla empeorará. La historia no se equivoca.
Uno de los hechos históricos que más mortandad ha traído a la humanidad ha sido el tema de las sucesiones del poder. Cada vez que se creó un desequilibrio sucesoral o se legó un liderazgo basado en una chifladura amorosa la consecuencia fue inevitablemente sangre derramada.
Europa ha protagonizado cruentas guerras sucesorales que han durado hasta cien años por mantener o hacerse de la supremacía del poder.
Venezuela no será la diferencia.
Nos queda muy poco tiempo
No por casualidad las monarquías han desarrollado leyes muy estrictas para reglamentar las sucesiones del poder a través de la historia. Evitaban luchas enfurecidas por el trono, derramamientos de sangre, descontentos populares, estallidos sociales, guerras.
En el caso venezolano, la guerra sucesoral sólo podrá ser sorteada con la restitución de la democracia, el rescate del imperio de la ley y el respeto a la agonizante Constitución Bolivariana.
Hace falta conciencia crítica dentro del chavismo y mucho valor en el seno de la fuerzas armadas para dar un difícil paso adelante, actuar y evitar la sangre. A fin de cuentas ellos son los gerentes de la guerra -y de la sangre- de una nación.
Venezuela vive un colapso total no por conspiraciones desestabilizadoras ni por mis incendiarios artículos (escritos a fuego limpio), sino por el desconocimiento evidente de las instituciones republicanas y políticas. Suena trillado, pero es así. Repito: la historia no se equivoca.
Al escenario de la guerra sucesoral hay que agregarle los criminales intereses del narcoestado madurista, la corrupción, el cadivismo chavista, los campos de concentración carcelaria, los carteles de la justicia, la podredumbre desbordada y el nepotismo cínico como respuesta.
¿Qué hacer en esta hora urgente? Reivindicar la victoria de Capriles como único €œcamino€ antes de que el fuego deje de ser una simple metáfora literaria, antes de que la calcinación sea la única forma de hacer política.
Nos queda muy poco tiempo.