€œTodos esos cadáveres que estaban muertos.€
Luisa Ortega Díaz
Primero prostitución, luego justicia
Una de las instituciones €œrevolucionarias€ que más nos había costado descifrar durante el tiempo de la peste histórica llamada chavismo era la Fiscalía General de la República.
Sus procederes y mañas, sus torpezas y vagabunderías, su inmoralidad y desvergí¼enza, es decir, su prostitución (entendida como la deshonra y venta de la autoridad por interés o adulación), nos resultaban tan escandalosas y fenomenales como incomprensibles.
¿De qué coño se trata esta nueva imputación, aquel disparatado juicio o tan descabelladas -por subliminales- pruebas?
Nadie entendía ni tenía explicación para tanta aberración, nadie terminaba de descifrar en qué consistía ese rosario de fechorías, testigos €œestrellas€, acusaciones lunáticas, juiciosos fabulosos o condenas inconcebibles. Nadie, ni el chavismo mismo.
Por doquier aparecían, eso sí, los abogados, los constituyentistas o los grandes doctorazos académicos para intentar razonarnos el despelote y el bochorno, pero era imposible, hacían su mejor y más candoroso esfuerzo, pero era imposible; verlos desgañitarse, jalarse la greñas por un razonamiento lógico, por un atisbo de sensatez, por una ilustración jurídica, siempre fue un penoso y conmovedor espectáculo.
No entendían -¿cómo habrían de hacerlo?- que con el chavismo primero es la prostitución y luego la justicia.
Créanme, no lo entendían; yo tampoco.
La madame Luisa Ortega Díaz
Ya sé, ya séé, no me lo repitan, me van a acusar por enésima vez de panfletario, de blasfemo, de mordaz y virulento, de bully conspirador y apóstata antichavista, pero juro solemnemente ante todos los jueces y escabinos de la dictadura bananera de Maduro y Cabello, con una mano en el pecho y la otra alzada hacia el firmamento (donde supuestamente está su sátrapa infinito), que no fui yo quien desenmarañó el dilema, no tengo nada que ver, soy inocente, lo juro, de hecho, no tenía idea de lo que sucedía, yo era otro de los candorosos que clamaba injusticias o faltas a la ley -¡esas pendejadas!-, fue ella, la €œmadame en jefe€ de la fiscalía, la alcahueta del burdel socialista: Luisa Ortega Díaz, la que lo esclareció.
Si a alguien deben de acusar de panfletaria y mordaz, de blasfema, es a ella, no a mí. Insisto: ¡soy inocente!
Fue ella la que nos razonó y aclaró, hablando de su propia experiencia, que: €œlas mujeres tenían que entregar parte de su cuerpo para obtener un cupo (universitario)€; digamos para estudiar, como ella, derecho.
Al menos en apariencia la madame Luisa Ortega es mujer -lo digo porque sabemos que los chavistas siempre nos dan sorpresas (esto no es una mordacidad, es sólo una previsión semántica)-, obtuvo un cupo universitario y se supone que un título.
Pregunto sin suspicacia: ¿Qué parte de su cuerpo entregó? Para lograr el título de abogada, ¿hay que entregar más partes? ¿Para ser €œmadame en fefe€ de la justicia revolucionaria hay que entregar todas las partes del cuerpo o hay que entregar toda el alma y la conciencia?
Yo soy abogado, mi esposa es abogada, tengo cientos de amigas y amigos abogados, a muchas y muchos de ellos les consulté si habían entregado una €œparte de su cuerpo€ para lograr un cupo o el título universitario y todos unánimemente me respondieron que no, que si estaba loco.
¿Será que esa es una experiencia que sólo padecieron los chavistas?
Habrá que iniciar una investigación previa y hacer pesquisas.
Cilia Flores, Iris Varela y ese largo etcétera de cupos universitarios
Sé que en muchas ocasiones he sido suspicaz y hasta mordaz con el chavismo, pero en esta oportunidad no lo estoy siendo, soy benévolo, siento lástima por lo que les sucedió, créanme, vuelvo a colocar una mano sobre mi pecho y la otra sobre la desahuciada -ya que no moribunda- Constitución de la Dictadura Bolivariana de Venezuela, para jurar que digo la verdad, soy tan sólo un poeta inconcluso que quiere entender lo que sucede en el burdel de la justicia socialista y me hago preguntas cándidas, muy cándidas.
A fin de cuentas fue la madame Luisa la que esclareció el bochorno, no yo.
Con candidez me pregunto: ¿Cilia Flores, Iris Varela, Gabriela Ramírez, Delcy Rodríguez, Katherine Haringhton, Isaías Rodríguez o Tareck William Saab tuvieron que entregar €œparte de su cuerpo€ para obtener un cupo universitario y el título?
Si así fue, digané, aclaren ¿qué parte fue esa?, por favor, explíquennos, se los rogamos, además, ¿quién fue el abominable corruptor que les obligó a completar semejante bajeza? í‰l -o ella- es el verdadero culpable de todo este desmadre, de toda esta prostitución judicial, de este pandemonio.
Si lo dicen, si señalan quién fue el pervertido que les exigió la entrega de una parte de su cuerpo por un cupo universitario no sólo se atenuará su pena -quiero decir, las de ustedes víctimas de abuso sexual-, sino algo aún más importante que eso, lograremos descifrar, dilucidar, entender, cuál es el origen de esta abominación llamada justicia chavista.
Condenemos al responsable, no sientan vergí¼enza. Las ayudaremos.
¿Qué parte de su cuerpo fue? ¿Les gustó?
Eso explicaría muchas cosasé
La orgía perpetua
Podría haber ocurrido que, como a la otra madame, la Bovary de mi tocayo Flaubert, la guachafita les haya gustado, y el aburrimiento y la permanente necesidad de cruzar la frontera de la moral y de las buenas costumbres (tan fastidiosas para cualquier €œrevolucionaria€), les haya incitado a actuar con desvergí¼enza y violencia.
Es posible, muy posible, además es comprensible porque como nos explica Vargas Llosa en La orgía perpetua cuando nos revela su fascinación por Madame Bovary, la sexualidad es tan placentera y real, tan del día a día, tan urgida para obtener un cupo o un título universitario, una fiscalía, que la delicia y el goce -en su ficción revolucionaria- les hizo olvidar la realidad.
Las novelas -nos dice el Nobel peruano en su orgía perpetua- están basadas primariamente en una realidad, y en Venezuela no tendría nada de malo, sería comprensible insisto, que la realidad tan desgraciada y ruin, tan insoportablemente triste, las haya inducido a fugarse en una ficción -placentera a veces, despiadada otras- como la de Emma Bovary.
Lo malo, lo detestable, cuando algo así sucede, cuando la realidad es una orgía perpetua de injusticia, desvergí¼enza e insensatez, es que hay víctimas, muchas víctimas, y la ficción termina destrozando, encarcelando y torturando a la verdad, y la justicia y su fiscalía terminan siendo un patético burdel, como es en Venezuela
La madame Luisa Ortega Díaz lo hizo realidad. ¿Qué parte de su cuerpo habrá entregado? ¿A quién? Nos urge saberlo para ponerle fin a la vergonzosa y poco placentera, a la desalmada e inconsciente ficción chavista. Ya basta, por favor, basta de interpretar la justicia como prostitución. No lo es.
¿A quién hay que auscultar?