€œSe perdía en divagaciones desconcertantes
y en circunloquios plagados de contrasentidos,
dando la impresión de que las ideas corrieran
por entre los escombros de su cerebro como sombras locas,
buscándose y evitándose al mismo tiempo.€
Rómulo Gallegos
La reflexionar como condena
En Venezuela reflexionar se ha vuelto una condena. Nuestra insoportable levedad de ser venezolanos nos impide el debate crítico, pese a que el debate, la confrontación de argumentos ensancha nuestra interpretación de las cosas y afina nuestras conclusiones.
La conciencia crítica y el debate nos desmarca del oscurantismo borrego de los muduristas. Debatamos, seamos críticos. No seamos nunca maduristas.
De cualquier modo seré cuidadoso y sensible en esta larguísima entrega, no quiero herir sentimientos. Hablaré sobre Henrique Capriles quien por merecer mi respeto, merece también mi crítica.
La desmembramiento nacional lo exige.
El buen Henriqueé
En su momento Capriles se ganó a pulso el reconocimiento y liderazgo nacional, logró restaurar la esperanza desvanecida del venezolano y movilizar al país en una admirable carrera presidencial que marcó un antes y un después en el modo de hacer política, ante toda adversidad, en América Latina.
Logró persuadirnos y convencernos, logró enaltecernos y movilizarnos para luego de lograr su difícil objetivo desvanecerse y extraviarse inesperadamente en un laberinto de falacias que le han valido toda suerte de descalificaciones y epítetos y acaso una irreversible pérdida de liderazgo: difícilmente se volverá a confiar en él, es voto perdido.
El buen Henrique se ahogó en la orilla.
La falacia trepadora
Una falacia es un argumento falso que aparenta ser verdadero para inducir a engaño. La política venezolana es abundante en ellas: simulaciones, descaros, engaños y medias verdades son la hiedra trepadora que abarca nuestro discurso.
No es nuevo. Chávez las utilizó y perfeccionó hasta el paroxismo. Entre perorata y arenga cambió el sentido de las palabras y pervirtió las realidades: todo era una falacia, una corrupta y perversa falacia.
Nadie se salva, ni tú ni yo, nadie. Yo, por ejemplo, que no sé disparar soy un conspirador. Chávez, que asesinó a centenares de venezolanos, dicen que es la reencarnación de Cristo.
Pienso que Capriles, desorientado como quedó después del fraude electoral -esa irreparable deuda moral e histórica que tiene con el pueblo venezolano y que no está dispuesto a pagar- y su inexplicable inutilidad como líder para hacerla efectiva se dejó hechizar por las falacias y las usa sin medida.
Una tras otra, sus falacias profundizan su extravío.
La falacia democrática
¿Alguien en su sano juicio se imagina a Rómulo Betancourt dialogando con Pedro Estrada o Pérez Jiménez después de haberlos llamado corruptos, ilegítimos, criminales, ladrones, Al Capones o toripollos? No, verdad. Yo tampoco.
Sin cometer el desplante de comparar tipos o niveles de dictadura, no es el objetivo de esta entrega, podríamos debatir en cualquier espacio que la dictadura chavista ha sido más dura y perjudicial para Venezuela que la dictadura perezjimenista.
En ambas, las libertades políticas han sido negadas, se ha perseguido, torturado y asesinado a miembros de la oposición. La dictadura chavista ha perseguido a todos los sectores sociales: iglesia, medios de comunicación, empresarios, sindicatos, artistas y políticos; nadie que le hubiese significado disidencia se salvó. El perezjimenismo se afincó especialmente en los políticos.
En la dictadura madurista los derechos sociales, económicos y judiciales de los venezolanos están a expensas de los antojos de los jefazos de la nomenklatura, las instituciones y poderes públicos responden escandalosamente al régimen y no hay espacio social que la peste chavista no haya suprimido. En el perezjimenismo ni fue tan grave ni fue tan despelotada la persecución, de hecho el sector económico y social vivieron tiempos boyantes y los poderes públicos, al menos la justicia, no estaba tan parcializada.
Sin embargo, Capriles insiste en la falacia de señalar que Venezuela no estamos en una dictadura sino que padecemos tan sólo un mal gobierno, que con la fuerza electoral apoyada por €œmillones de votos€ la erradicaremos. A diferencia de Betancourt, Capriles le da la mano, se sienta a dialogar y hasta recibe órdenes de quien le robo las elecciones.
Por otro lado, ofrece una desconcertante falacia señalando que en esta €œdemocracia€ única en su género no se gana una elección por la mayoría, así sea de un voto o cientos de miles de votos, en esta €œdemocracia€ con un mal gobierno hace falta ganar por millones de votos para que se efectiva la victoria.
¿Qué?
Uno lo escucha y no sabe si reírse o llorar. Pide además que ese millón de votos sea contabilizado por un Consejo Nación Electoral (CNE) que él mismo ha llamado fraudulento, corrupto y ventajoso para el régimen.
Muy falaz.
La falacia electorera
Capriles en sus desconcertantes divagaciones, sin explicación ni justificación, después de señalar que el CNE está secuestrado por el régimen, que no es confiable, que los procesos electorales están viciados, que él fue víctima de un fraude electoral, que el régimen le robó las elecciones presidenciales, después de mostrar con eficacia las pruebas del fraude, de acudir a cuanto tribunal existe en el planeta para probar la veracidad de sus afirmaciones, de señalar que el chavismo es abusivo en cada evento electoral, que usa obscena y criminalmente los recursos del Estado para beneficiar a los candidatos de la dictadura, que se vale de toda suerte de artimañas para €œentubar€ el voto presionando a través a los votantes a través de asaltos comerciales, dádivas o improvisados planes sociales, coaccionando a los empleados públicos y un largo etcétera de ilegalidades fraudulentas (fíjense que ni siquiera toco el tema del fraude electrónico, que también existe), apunta la falacia electorera de que la única forma de salir de esta barbarie es por la vía de los votos, que como dije antes contará ese sistema cuasi africano de elección, inaceptable en ningún país de mundo, manejado por el corrupto CNE (la dictadura) y concluye con la perla de que no obstante lo anterior la victoria tienen que ser por millones de votos, no uno, no cien mil, como en todas partes, millones.
Uno se pregunta: ¿no se dará cuenta de la falacia que dice?, ¿a quién aspirará engañar?, ¿será que sólo busca engañarse a sí mismo?
La falacia del inmaculado
Henrique Capriles es un buen hombre, ni quien lo dude. Su vocación como servidor público no sólo es loable, es admirable. Su dedicación es sincera e infatigable. Podría ser un extraordinario voluntario de la Cruz Roja o un misionero de alguna congregación mariana (¿las Misioneras de la Caridad en Calcuta?), podría ser gobernador, alcalde, diputado, ministro, pero no creo que tenga el temple ni el rigor para ser Presidente y enfrentar a los criminales que dirigen la dictadura. No pudo liderar una justa y obligatoria protesta popular cuando le robaron las elecciones, no puede hoy que se burlan de su diálogo y de €œdebilidad€, no podrá mañana contra el afianzamiento del narcoestado. Se burlarán de él, lo sacarán del poder en una semana.
Señaló como buen misionero -dándose golpes de pecho- que él no defendió su victoria electoral porque no quiso arriesgar vidas humanas, usando la falacia del inmaculado.
Uno se pregunta: ¿qué haría como Presidente si los cubanos, los colombianos, los gringos o los guyaneses nos invadieran? ¿También recularía? ¿No defendería a la patria? ¿No arriesgaría vidas humanas?
Su falacia del inmaculado es un contrasentido nacionalista que demuestra una peligrosa flaqueza de carácter que nos tiene hoy a la deriva.
Pregunto: Si no pudo reivindicar una victoria electoral, si no puede exigir condiciones democráticas limpias, ¿cómo podrá defender a la nación ante situaciones más delicadas.
Un país no necesita inmaculados para que lo defiendan, necesita hombres de estado. Además, si no ha logrado poner en orden a la MUD, ¿cómo carajo va a poner en orden al país?
Difícil, muy difícil.
La falacia de las falacias
Henrique dice -se jacta- en señalar que nadie como él conoce a Venezuela porque ha visitado barrios, caseríos, recónditas pobladas rurales y demás arrabales. Esta es la falacia de las falacias.
Para conocer a un país hace falta mucho más que eso. Hace falta conocer su historia, su literatura, sus cantos, su poesía, hace falta amar a una venezolana, tener un hijo o muchos hijos, entender el himno (sobre todo aquello de la €œGloria al bravo pueblo que el yugo lanzó€), seguir el furioso y visionario ejemplo de los padres de la patria, comprender a los fundadores de la democracia (Betancourt, por ejemplo), visitar universidades y liceos, dialogar por igual con todos los sectores sociales sin complejos, militares y civiles, los productivos y los improductivos, los emprendedores y los empleados, ser parte de ellos, soñar con ellos. No sólo un sector, todos los sectores.
Para €œconocer€ a un país hay que sentirlo, vibrar con él, no sólo prestar loable asistencia a los más necesitados (que hay que hacerlo), para €œconocer€ a un país hay que ser parte de su conciencia, entender sus ritos y su cultura, soñar en grande y luchar por esos sueños, no recular, no acobardarse, encarar con virtud y honor, no falacia, las dificultades, sobre todo cuando se trate de reivindicar libertades y derechos del pueblo.
Recomendaría al buen Henrique para que conociera mejor a Venezuela y dejase el extravío en el que anda que leyera -imagino que no lo ha hecho por su conducta- Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, que intente ser menos €œSantos€ y más Luzardo para que Mr. Danger Diosdado Capone no se lo coma vivo, que imponga con coraje la civilización a la barbarie, que no se justifique ni se escude entre falacias, que reconozca su error y luche como lo han hecho los más admirables y apreciables venezolanos de nuestra historia: gritando con brío muera la opresión, como compatriotas fieles porque la fuerza es la unión.
Si el buen Henrique conociera como dice a Venezuela, sabría, que el venezolano sea humilde o ilustre, de barrio o de universidad, es crítico y no soporta, no respeta, no sigue a los humilladosé