El país decapitadoé
El país decapitadoé

El país decapitadoé

La banalidad del mal

Somos una nación decapitada y lo peor, los verdugos están sueltos, rigiendo campantes las cárceles y el destino del país.

 

No puedo borrarme de la mente la imagen de los dos presos decapitados en la Comandancia de la Policía del estado Monagas. Sobre todo cuando sé que son muchos quienes sufren a diario el mismo destino infame.

 

Lo impactante no es sólo la naturaleza del ensordecedor crimen, lo perverso, lo desconcertante, es que quienes decapitaron a los presos en Monagas están vivos y coleando, protegidos por la Guardia Nacional y que posiblemente saldrán libres mañana dado que la siniestra y absolutamente corrompida Iris Varela los liberará, sólo basta que ellos juren fidelidad al comandante supremo, que digan que son chavistas, y el sentido €œhumanitario€ de Varela los indultará.

 

El holocausto carcelario venezolano tiene una responsable incuestionable, es ella. Funcionaria mediocre, como su espíritu, encarnación fidedigna y rancia del chavismo inepto y criminal, Iris Varela nos recuerda los señalamientos de Hanna Arendt sobre el funcionario nazi Adolf Eichmann y su banalidad del mal: ella ni se da cuenta de lo que hace, sigue órdenes.

 

Mario Vargas Llosa llama a Eichmann €œel hombre sin cualidades€. Yo voceo lo mismo sobre Varela pero cambio el género: ella es una mujer sin cualidad.

 

He ahí el pétalo de mi rosa verbal rozando su raquitismo moral, sólo rozándola.

 

Indolente, insensible, despiadada

Esa es la Venezuela que nos legó Chávez: indolente, insensible y despiadada en su banalidad del mal.

 

Lo observé -digamos, lo sufrí en su máxima calamidad- cuando un grupito de subordinados aplaudieron al monarca bobo de Venezuela, Nicolás Maduro, cuando el pseudo obrero, el €œrevolucionario€ cuya pistola es un secador de pelo, logró insertar un bombillo en una lámpara después de varios vergonzosos intentos fallidos ante unas anonadadas cámaras de televisión.

 

Ellos lo aplaudieron; yo sentí repugnancia, una indignación incalificable.

 

¿Cómo carajo la patria de Miranda y Bolívar ha devenido semejante idiotez? ¿Qué nos sucedió? ¿Qué coño somos los venezolanos que todavía existen miserables entre nosotros capaces de aplaudir a un pendejo porque logra colocar un bombillo en su sitio?

 

(Abro un paréntesis. Francamente necesito respirar. Me detengo. Trato de poner en orden mis rabias, que son muchas y permanentes. Vuelve la imagen de los decapitados. Decido acompañar esta entrega, para terminarla, con un tequila, sí, un tequila, o mejor varios, y que los santurrones se avergí¼encen de mí, poco me importa. Sigo.)

 

Si no nos parte el alma como nación ver las cabezas de unos venezolanos tendidas, sangrientas y desgarradas de sus cuerpos, por más delincuentes que sean, si no nos indignamos -y abochornamos- cuando observamos al dictador errar mientras intenta colocar un bombillo, ser aplaudido cuando lo logra después de varios fallidos intentos, ¿qué me puede importar si se santiguan los politicastros si bebo tequila y lanzo esta descarnada denuncia?

 

Mi voz es mi poder, lo único que me queda desde el exilio.

 

Soliloquio de un indignado

Mientras escribo comienzan a temblar de coraje mis dedos. Tomo aire, mucho aire. Debo escribir, debo hacerlo. Sea cual fuere el resultado, he descubierto que catalizó una indignación nacional, soy parte de un grito vertiginoso que urge un cambio.

 

No sé de dónde emergen las ideas, saltan arrebatadas sobre mi teclado: son palabras. Sólo eso: palabras. Pero están invadidas por el vértigo. No necesitó más testimonios sociológicos, más reflexiones ni sesudos análisis políticos, las heridas componen nuestra piel, hay que mostrar algo de dolor, de sensibilidad, de piedad por nosotros mismos. Hay que diferenciarnos del legado de Chávez.

 

No aspiro educar ni educarme. Somos un pueblo salvaje, casi caníbal. Chávez nos desgarró como nación y decapitó nuestra nobleza. Venezuela es un alma en pena. ¿Quién se educa?

 

Sentarme a reflexionar sobre los pormenores de la devastada economía, sobre nuestro destino hipotecado a los chinos -esos esclavistas del capitalismo más inhumano-, sobre las pésimas políticas públicas en todas las materias posibles: justicia, seguridad, vivienda, infraestructura, educación, salud y ese largo etcétera de desgracias que nos asechan, sobre la violación a nuestros derechos humanos, a estas alturas me parece una majadería.

 

¿Qué más podemos decir? ¿Cuál otro lamento nos falta por anunciar?

 

Yo no soy pontífice ni magistrado, no especulo teorías cambiarias capaces de €œmejorar€ las finanzas de la nación, tampoco me atrevería a señalar que €œel voto es la mejor forma de protesta€ ante el apocalipsis, soy otro venezolano más, como la mayoría, que desea expresar su desconsuelo llanamente, otro venezolano más que urge indignado que este decapitación nacional cese.

 

¿No ganamos las elecciones el 14 de abril? ¿No es Maduro un traidor al servicio de la dictadura cubana? ¿No le impide su doble nacionalidad si quiera asomar su rostro como dictador?

 

Somos un pueblo sin cabeza. Hay que pronunciarse, impacientarse, vociferar, exceder los límites de nuestra intensidad. Llega el momento del ciudadano que siente, que sufre por su país, que pronuncia sin amaneramiento su nausea.

 

La banalización del mal se ha institucionalizado, esto es una dictadura. Sólo una monumental sacudida nos permitirá recobrar la luz. Que florezca en nosotros la llama ardiente de la libertad, esa que enciende los campos de la historia, la labra, la siembra y cosecha.

 

El voto no es la mejor protesta, la mejor protesta eres tú, soy yo, somos todos los que no cederemos a ser decapitados.

 

Tu voz es tu poderé