¿El narcochavismo o tú?
¿El narcochavismo o tú?

¿El narcochavismo o tú?

Sólo unidos hemos avanzado

Somos un pueblo en harapos, despojado y malherido, nuestras llagas son evidentes, están por todas partes, el alma del venezolano es una enorme magulladura que sangra.

El chavismo ha despedazado nuestro pecho, una fractura abierta muestra nuestros huesos y las entrañas desgarradas. Nuestro corazón palpitante y tibio también está visible. Está cansado, cansadísimo, pero a pesar de todo aún late. Late fuerte por un amor a Venezuela que ni se doblega ni se vence, que persiste.

Para mantenernos de pie y caminar nos hemos tenido que sostener unos a otros, apoyar nuestros desfallecimientos sobre el hombro del amigo. Sólo abrazados, unidos, recostados entre sí hemos logrado andar algunos pasos. Pocos, pero hemos avanzado.

No ha sido fácil, nada fácil. Quien exponga lo contrario miente, es un cínico. Y los cínicos ya están identificados, son los enchufados narcochavistas que permanecen en el poder. Hay que erradicarlos.

El narcochavismo o tú, he ahí el único dilema.

 

El rugido ensordecedor

Hagamos un ejercicio imaginario. Figuremos una convocatoria de todos los venezolanos sobre la faz de la Tierra conglomerados en solo sitio de nuestro país, digamos, en la Gran Sábana o en la vastedad de Los Llanos, aunque fuese apiñados como los presos en nuestras cárceles, pero todos reunidos, sin excepción.

Imaginemos una asamblea nacional que no fuese representativa -como la actual- sino total, que agrupase a los treinta millones de venezolanos que dicen que somos para debatir sobre la desconsoladora crisis que causó Hugo Chávez -y sus narcochavistas- desde que llegó al poder. Supongamos que en esa gran reunión los treinta millones de venezolanos estamos todos a una misma altura, como iguales, sin preeminencias ni insignias, sin clase social o política, cada quien jodido a su modo, pero jodido. Pregunto: ¿No somos todos víctimas del mismo sufrimiento? ¿No somos todos mártires de la misma ruinosa perversidad?

Los azotes son los mismos y nos laceran a todos por igual: muerte, criminalidad, corrupción, desabastecimiento, rencor, sangre, mucha sangre, ultraje, tortura, cinismo, nuevo riquismo lunático, desprecio, odio, latrocinio, idiotez, malandraje, desorden, extorsión y ese estirado etcétera de dolor y vergí¼enza.

Si toda Venezuela reunida expusiera su indignación y lamento seríamos una estruendosa queja, un rugido ensordecedor de estertores y llanto cuya memoria y eco duraría todo este siglo.

El rugido ya se comienza a escuchar, es unánime.

¿Lo sienten?

 

¡Narcochavistas temblad!

Los únicos que no escuchan ni sienten el unánime lamento nacional son los Chávez, los narcochavistas enchufados en el poder y los cubanos. Ellos están felices, atiborrados -en su cinismo- de lujos y placeres, enfermos de codicia, ciegos e indolentes, no les importa nada sino sus cuentas bancarias y conservar intacto su poder.

Quieren mantener su patológico desprecio y control sobre el pueblo de Venezuela, sobre treinta millones de hombres y mujeres que en su sufrimiento se quejan y lamentan.

Pero el rugido crece y se convierte en algo tan ensordecedor como insoportable. Crece nacionalmente, se siente en todas partes. Está en ti, en él, en mí, en todos y se comienza a manifestar en forma caótica.

Si el cielo encapotado anuncia tempestad, el rugido del pueblo venezolano anuncia libertad.

¡Narcochavistas temblad!

 

La movilización noviolenta

Llega el momento en el que el rugido se convierte en acción social. Es inevitable. Vemos más gritos, sobresaltos, protestas y saqueos. Unos por acá, otros por allá. La movilización social es una angustia atragantada que está buscando desesperadamente como liberarse. Y se liberará. La indolencia del régimen narcochavista acelera el desenlace, peor aún, lo impulsa.

¿Cómo sujetamos la rabia colectiva?

La única manera es la movilización noviolenta porque es la más civilizada y menos traumática. Con protestas, movilizaciones, marchas que se enfoquen en arrinconar al poder reivindicando derechos violentados (como en Amazonas, como anticipan con la ley de Amnistía), sin arrebatos ni espasmos, sin epilepsias, como lo hicieron los estudiantes en 2007, con el poder constituyente (el pueblo) reclamándole €œunido€ al poder constituido (TSJ, Miraflores, etc.)

Y el poder constituyente -el pueblo- ya se manifestó políticamente. El que el régimen narcochavista desconozca su mandato -tu mandato- nos obliga a pensar en su salida. Sí, en la salida.

Es una responsabilidad tan inmediata como histórica.

 

La salida es la movilización constitucional

La salida -como lo expuso hace dos años Leopoldo López en aquel magistral discurso que le costó cárcel, tortura y una infame sentencia acusatoria- debe ser democrática, constitucional, pero sobre todo, humana. Y la única manera de que la movilización social sea humana y noviolenta es con unidad de criterio político y unidad de destino.

Gústele a quien le guste, patalee quien patalee, benefíciese quien se beneficie. Hay que pensar en Venezuela, ese amor que nos reúne, y en el rugido ensordecedor de su pueblo.

Sea la vía del Revocatorio, la Enmienda o la Reforma, o cualquier otra vía constitucional que escoja la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) para liberarse de este régimen cínico y devastador, la salida además deberá estar acompañada de movilización social planificada y organizada por la dirigencia política.

Hay que prepararse, no improvisar.

 

¿Y los militares?

En el ejercicio imaginario que hicimos en el que todos somos iguales ante la adversidad, sin insignias ni armamento, los militares venezolanos también forman parte de los treinta millones de venezolanos que son azotados por la peste chavista. No todos (una minoría enchufada está feliz), pero sí la gran mayoría.

Sus hijos, sus familias, ellos mismos, son lacerados por el narcochavismo. Si todos estamos jodidos, ellos también.

Los militares se tendrán que sostener entre sí para mantenerse de pie y avanzar como institución, abrazarse y unirse para dar el paso más importante que hayamos dado todos los venezolanos €œunidos€ en este siglo: hacer respetar la voluntad mayoritaria del pueblo de Venezuela. Y los militares son pueblo también.

Si no lo hacen, el narcochavismo los destrozará. ¿Lo permitirán?

He ahí el dilema.