€œTe pintaron pajaritos, píntales una palomaé€
Willie Colón (Mentira Fresca)
Fálica se ha tornado la improvisada diatriba electoral en Venezuela. Lo que en cualquier país civilizado sería un escándalo, en nuestro país intenta atraer el voto chavista.
El que abandera esta gesta inédita e inverosímil es Nicolás Maduro, quien, ante el asombro unánime del país, se ufana además de ser -sin sentido del ridículo- el platanote más erecto y €œbonito€ del chavismo, el €œcabeza de huevo€ más maduro que hay, el pajarito bendito por Chávez para comandar la revolución.
No disculpo mi procacidad y si quien me lee se siente indispuesto por el tono de la lectura, le recomiendo que cese de leer, que busque algún columnista más azucarado que yo y evada esta crítica acerba y destemplada que me hago como parte de una sociedad que si sigue así pronto será sifilítica.
En las condiciones que se encuentra el país el ejercicio de la crítica es imprescindible y si la crítica produce ascos, la justificación inevitable es que el asco es un reflejo de lo que estamos siendo como cultura.
A un mes de embalsamado Hugo Chávez, no existe venezolano que no se pregunte cómo el sátrapa dejó a Maduro como su sucesor. Esta interrogante se la hacen de modo muy especial los chavistas. Se saben incorregiblemente perdidos y huérfanos con este imbécil de siete suelas comandando la revolución. La decadencia es obvia, no sólo por el encantamiento chocantemente fálico en su discurso o por las bobadas que profiere, sino porque para sorpresa de su propia gente, Nicolás ha decidido demoler la política real, su debate y a sus líderes, sustituyéndolas por un deshonroso y absurdo circo -muy capitalista, por cierto-, liderado por el musculoso galán de televisión, Wiston Vallenilla (erigido como el más conspicuo comunista, ¡Dios!). Nicolás Maduro pareciera respetar más la presencia de los desertores de la oposición que la de su propia gente; los acaricia y soba, sin ningún estupor mendiga por hacerlos €œhéroes€ de su falacia. No aprendió mucho de su supremo.
Debo confesar que aplaudo de pie cada vez que el platanote Maduro profundiza en sus pifias. Ello acelerará el hundimiento de la bufonada histórica llamada chavismo. Es cuestión de poco tiempo, ni sus jefes verdaderos, los cubanos, podrán evitarlo. El absurdo es total.
Los acontecimientos de la última semana, el paroxismo imbécil de Maduro, nunca visto en la historia republicana del país por surrealista y denso, ha levantado en mí una suspicacia que explicaría la decisión de Chávez de colocarlo como heredero de su delirio autocrático.
Creo que fueron razones de ardor idílico, y no políticas, las que motivaron a Chávez en su controversial decisión. Es la única explicación coherente a toda esta locura, que no cesa, que nos asombra más cada día. Además, esa pudiera ser la explicación más sensata a la obsesión fálica en el discurso electoral de Maduro: ¿no habría sido escogido por su €œComandante Supremo y Eterno€ por esa razón?
Por alguna razón inopinada él debe pensar que es así o quién se explica que Chávez no haya seleccionado a alguien más vinculado con los principios y gestación de su movimiento, algún combatiente del 4 de febrero o a un respetado político de izquierda, cuya trayectoria o experiencia pudiese guiar de manera más estratégica y coherente los destinos de su despelotada revolución.
¿Cómo prefirió a un mequetrefe cuya obcecación le impide notar que está usando un €œcambur€, que no deja de sobar, como símbolo? ¿Qué pudo llevar al sátrapa a cometer semejante desliz?
El amor, el insospechado amoré
Debo confesar que poco me importan las intimidades sentimentales de Chávez y su sucesor, si no fuera porque tales intimidades están levantando toda suerte de intrigas en la política nacional y están causando estragos en nuestra instituciones. Las intimidades y sus consecuencias me atañen, nos atañen, y mucho, porque están hundiendo al país en una perpetua alucinación. Como venezolanos tenemos que entender qué está pasando para encontrar, cuanto antes, una solución que evite peores aberraciones, y si toda esta demencia tiene su origen en un apasionado amor, hasta ahora desconocido, sería bueno saberlo para darle sentido y coherencia a la viudez.
Maduro no debería de sentirse abochornado. Hacer público su pasión idílica por el único hombre por quien sería capaz de dar la vida, por el €œgigante eterno€ que lo llenó de acaloramiento, a lo mejor psicoanalizaría su complejo fálico y permitiría a la sociedad más llana, más escuálida, dilucidar que toda esta podredumbre electoral no es un €œcaprichito€ suyo, sino producto de un inmenso, pero aturdido idilio.
No sería la primera vez en la historia de la humanidad y seguramente no será la última que algo así sucediera. Lo que sí sería único, lo que cerraría con broche de oro el carnaval de asombros que hemos padecido desde que apareció la €œdesconocida enfermedad€ es que Maduro confesara la verdad. Ahí sí tanta incoherencia y disparate comenzarían a tener sentido.
Hago un paréntesis urgente en este punto. Maduro es el único conocedor, junto a los cubanos, de los detalles del padecimiento que sufrió Chávez, del secreto y todavía ignorado mal que lo hizo €œcaer€, como dijo Izarra. Maduro asegura que la enfermedad fue €œinoculada€ con alevosía. Todos sabemos que el cáncer no se puede inocular. ¿Cabría la posibilidad de que se haya tratado de otra enfermedad (sí €œinoculable€) que abochorna a la revolución?
La política mundial nos ha educado a tiempo sobre el tema de los homofobos. La experiencia muestra que en la mayoría de los casos de destape gay de un político, éste ocultaba su verdadera inclinación atacando de manera discriminatoria y recurrente a la comunidad homosexual.
En el caso de €œNicoláss, Nicoláss, Nicoláss€ sus inaceptables comentarios homofóbicos; su amaneramiento electorero (el baile de €œlocomía€ que inventó); su dudoso esfuerzo por mostrar que él sí es un falo erecto, inspirado en su comandante; la obsesión sexual que tiene con su €œcaprichito€ (¿a quién se le ocurría semejante alusión?); su alucinación obscena del €œpajarito chiquito€ revoloteando sobre él y que le habría recordado a su amado mentor; o la más asombrosa de todas, su aparición en San Cristóbal acariciando un plátano erecto, madurito y dócil, que masturbó ante el público invocando inimaginablemente a la oposición; nos abre un pergamino de dudas que valdría la pena esclarecer para darle algún tipo de lógica a la demencia electoral y nacional que vivimos.
El pueblo está boquiabierto, necesita entender. Todo indica que la razón de ser del inexplicable Maduro, su usurpación y su aspiración presidencial tiene un fundamento romántico y pasional. ¿No sería más fácil comenzar por ahí y dejar la fantasía y la fabulación?
El plátano se pudre, comienza a apestar…