Estimado Armando:
No tengo que reiterarte mi amistad ni mi reconocimiento por el enorme esfuerzo que han desempeñado en estos días y por los éxitos que hemos cosechado debido en gran medida a su liderazgo político. No puedo tampoco desconocer que el país ha llegado a un buen término para liberarnos de la tragedia histórica chavista gracias a su empeño y entrega. Eso no está en duda, tampoco nuestro afecto porque durante todos estos años nos hemos topado y reconocido en la brega de la resistencia y la procura de libertad y democracia para Venezuela. El reconocimiento y el afecto son personales y ellos están ahí formando parte de la convivencia que nos agrupado en este siglo.
Esta carta urgente no tiene que nada ver con lo que ya sabemos que ha ocurrido ni con la fraternidad conocida, esta carta es una consideración crítica, razonada y no personal, que responde un artículo firmado por ti que aparece publicado hoy en el diario El Universal.
Pienso que tu artículo «No mate al mensajero, gobierne» no sólo es miope porque mal interpreta el momento histórico que vive el país, sino porque es incoherente con todo el trabajo que ha desempeñado ˆ’diría yo labrado artesanalmenteˆ’ Henrique después del 14 de abril. Si por un lado es miope e incoherente, por otro lado es injusto con todo lo que ha sufrido la sociedad venezolana desde que la usurpación y el infame fraude se llevaron a cabo.
La voluntad del pueblo venezolano merece respeto y muchísima sensibilidad en esta hora aciaga y peligrosa. Máxima prudencia y coherencia. Capriles ha dado cátedra en ese sentido y si hoy Venezuela no es un polvorín se debe a qué él, como Presidente electo y reconocido por el voto popular, ha actuado como un estadista y no se ha dejado llevar por las pasiones (que seguramente las tiene a flor de piel). Henrique ha sido coherente y jamás ha llamado al espurio Maduro «presidente», porque no lo es, y además, Capriles nos ha demostrado que él no va a falsificar ni pervertir la verdad del pueblo hecha sufragio efectivo. Se le reconoce y respeta por esto.
Llamar a Maduro «presidente» es desconocer la voluntad del pueblo soberano de Venezuela, es desconocer a Capriles como el Presidente escogido democráticamente por todos los venezolanos, pero más aún, es desconocer el ingente esfuerzo que está ejerciendo la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) para comprobar el fraude electoral y la despampanante violación a preceptos democráticos, legales y constitucionales por parte del «régimen».
Sí, «régimen», no gobierno, porque si una mínima parte de lo que ha dicho Henrique Capriles sobre la actual situación legal, constitucional, institucional y democrática de Venezuela es verdad, a nadie en su sano juicio se le puede ocurrir llamar a esta vaina «gobierno».
Llamar a Maduro «presidente» es faltarle el respeto a la democracia y a la voluntad de nuestro pueblo. Llamar a Maduro «presidente» y pedirle que «gobierne» es claudicar a la moral republicana y falsear el magisterio supremo de la voluntad popular. Llamar a Maduro €œpresidente€ es flaquear.
Si el verdadero Soberano de una nación es el pueblo y el pueblo venezolano se manifestó a favor de Capriles pese a todas las adversas condiciones que le régimen le impuso -donde hubo ráfagas de disparos mientras votaba, amedrentamiento, chantaje, extorsión y una cantidad de irregularidades que hizo de la elección venezolana una analogía electoral de las que se viven en la Africa más dictatorial y sangrienta- es inexcusable que uno de sus líderes más determinantes del momento, como eres tú, desdiga todo este esfuerzo y sin explicación ni justificación emita una opinión tan dudosa y alejada de la realidad social, política e histórica del país.
Espero sinceramente que esto sea básicamente un error de cálculo gramatical y no una postura que represente el futuro político de la oposición. Si fuese esto último, que sin duda no es lo que dice y ejerce Henrique Capriles, pienso que el pueblo en un ejercicio de su soberanía suprema arrollará semejante anemia espiritual.
El líder es Henrique Capriles y como Presidente de Venezuela es quien tendrá la última palabra. Sin embargo, su equipo más cercano, que en gran medida ha sido su apoyo y sostén para llegar al excepcional punto en el que nos encontramos, tiene que ser muy cuidadoso y responsable con lo que dice y hace.
Venezuela, en esta hora dificilísima, merece nuestra más acuciosa precisión. No podemos ni flaquear ni errar, no sólo nos jugamos la democracia y la libertad de nuestro pueblo, nos jugamos el destino de generaciones futuras.
La verdad prevalece, pero el ser humano debe reivindicarla en cada acto. Ese es el verdadero reto en este momento. No flaqueemos. Estamos en el umbral de la libertad, el futuro de Venezuela es todo horizonte. Demos el paso último hacia la liberación definitiva con firmeza.
Dios y el pueblo, sobre todo los hijos de ese pueblo maravilloso que somos, lo recompensaráné