“Siglos y siglos de idealismo no han dejado de influir en la realidad”
Jorge Luis Borges
Una nostalgia compartida
Sé…, sabemos, que luchar contra una tiranía no es faena fácil, nunca lo ha sido. Los venezolanos estamos colmados de moretones, heridas abiertas y cicatrices que lo confirman. También muertes, muchas muertes. Si algún pueblo puede mostrar las huellas del despotismo marcadas en su piel es el venezolano. Cada quien, a su modo, ha recibido un carajazo de injusticia chavista.
Aunque la decepción acumulada y la frustración han elevado mis niveles de escepticismo a umbrales nunca pensados, he decidido rescatar una nostalgia entre tanta la calamidad.
La comparto.
El “castigo” de la palabra de Dios
Tanto en el Colegio La Salle La Colina, donde realicé mis estudios básicos, como en la Universidad Católica Andrés Bello hice trabajo social.
En el colegio, para evitar que me expulsaran por mi mal comportamiento y por las continuas peleas en los recreos, el Hermano Iñaki Goñi (el más predilecto de los maestros) me condicionó a dar catecismo los viernes en el barrio Pinto Salinas. El “castigo” resultó ser una experiencia a un tiempo grata e inolvidable; esperaba con ansiedad el día de la sanción para escurrirme, junto a los hermanos lasallistas y otros voluntarios (creo que el único castigado era yo), por las intrincadas escalinatas del barrio para ir a trasmitir la palabra de Dios. Era poético.
El gozo espiritual que me producía aquel “castigo” incluso me hizo considerar la posibilidad de ordenarme como Hermano de La Salle. El amor, o mejor, los amores lo evitaron.
Pero esa es otra historia.
El joven Julio Borges
Cuando inicié mis estudios de derecho en la Católica, quise mantener el ofició y me uní a un grupo de voluntarios que frecuentaba cárceles para conocer el estado de los procesos judiciales de los reos e intentar agilizarlos. Fue impactante el horror que ahí se veía, no sólo por la injusticia (el retardo judicial, etc.), sino por las turbadoras condiciones carcelarias que padecían los presos.
Junto a una bellísima compañera –¿entienden lo de los amores?– tuvimos la iniciativa de visitar el Congreso Nacional para alertar a diputados y senadores sobre lo que ocurría y persuadirlos a que actuaran contra aquella barbarie. Para sorpresa nuestra quien nos recibió fue otro compañero de estudios: Julio Borges, quien trabajaba como pasante en el órgano legislativo.
La sorpresa fue grata, no éramos los únicos veinteañeros que queríamos cambiar el estado de las cosas en el país, había otros.
Muchos otros.
Los justicieros y el bohemio
Junto a Victorino Márquez, Carlos Ponce, Marcos Carrillo, entre otros, Julio habían fundado una organización universitaria que llamaban “Primero Justicia”. Creían en la transformación nacional a través de la reivindicación del valor de la justicia. De ellos me sorprendía no sólo su vocación social y política, sino especialmente su excelente formación y entrega a toda prueba.
Yo era demasiado contestatario y bohemio como para participar en ninguna iniciativa institucional de ese tipo, sin embargo, los respetaba mucho. No se los decía, pero estaba muy pendiente de su desarrollo y avance. Había admiración.
Recuerdo con especial interés su temprana curiosidad por hacer política: “La única manera de cambiar a Venezuela es metiéndose a hacer política”, decían.
Lo decían y lo hacían.
La política, el sueño nacional y el idealismo
Quien hace política, sueña, sí, el político es –a su modo– un soñador. Su sueño es ser, hacer o tener una mejor sociedad, un mejor país. Para lograrlo comparte su sueño con otros soñadores, se organiza con ellos, intenta que las mayorías sean parte de ese sueño nacional, participa en elecciones y si llega al poder, intenta hacerlo realidad.
A diferencia de lo que piensan los histéricos doños académicos mientras dejan escurrir sus babas entre modorra y borracheras, la política es un espacio de ideales y sueños, de moral. Cuando estos escasean, cuando los intereses son otros más rudimentarios y siniestros, como el poder, la vanidad o la fortuna, la política se pervierte y los resultados son desastrosos y corruptos.
La fuerza motora de la política son las ilusiones, los ideales y los sueños; lamentablemente también la política se mueve por delirios como el chavista, esa peste.
El espejismo
Han pasado muchos años desde aquel sorpresivo encuentro con Julio Borges en el Congreso Nacional, cuando ambos (veinteañeros), cada quien a su modo, intentábamos reivindicar la justicia. Él desde el poder popular; yo, desde su periferia ciudadana.
Julio ahora es aplicadamente el Presidente de la Asamblea Nacional (AN) y yo –acaso demasiado bohemio– sigo siendo un contestatario catequista, pero ahora de los derechos humanos, la noviolencia y la libertad (que sin duda representan la más sublime palabra de Dios).
Como es de suponer, con el pasar del tiempo han sucedido muchas cosas, encuentros, desencuentros, afinidades y rabietas, incluso alegorías críticas y sátiras. Las seguirá habiendo. Es lo normal, es la vida.
Cuando escuché el discurso de Julio en su presentación como nuevo Presidente de la AN, no sé por qué recordé al veinteañero idealista –ahora político– de la universidad. Al justiciero, al reivindicador de valores democráticos, al joven perseverante y tenaz. Al soñador.
Luego de las infinitas dudas, la desesperanza y la frustración que le causó al país la infamia del diálogo –y sus suicidas consecuencias–, me pregunto: ¿mi recuerdo fue una ilusión o un espejismo? No lo sé, igual hay que seguir soñando y luchando por ser, hacer y tener una mejor Venezuela.
Y esa Venezuela, para no desangrarse y morir, debe liberarse ya de la pesadilla chavista.
¿Lo haremos?