“Hay más de 15 mil heridos por la represión.”
José Manuel Olivares
Venezolanos heridos
Heridos de muerte, heridos de gravedad, heridos leves (pero heridos); heridos por perdigones, peinetas, balas, metras, arrollados por motos o por tanquetas, heridos por feroces golpizas; venezolanos heridos, muchos heridos, intoxicados, alcanzados por bombas lacrimógenas, por rolazos, por manos y patadas ensanchadas de brutalidad; heridos y además torturados, sodomizados, infamados con tratos despreciables e inhumanos, con tratos que definitivamente fueron impuestos por una mente criminal.
Heridos, venezolanos heridos, muchos, demasiados, asfixiantemente demasiados; heridos sin piedad, sin clemencia; heridos que sangran por la herida, que agonizan, que se arrastran, que se arrinconan, que huyen; heridos que no entienden tanta saña ni crueldad, tanta ceguera ni ofuscación; venezolanos heridos que lloran, que gritan, que mientan madres, que luchan entre disparos, gases y francotiradores; heridos pero vibrantes, dignos, admirables, invencibles.
15 mil venezolanos heridos porque tienen un sueño de libertad.
Hablar por la herida
La peor herida es la espiritual, la que atañe al venezolanismo desconcertado, a la hermandad abofeteada, a la camaradería pisoteada y ultrajada. La peor herida es la que se hunde en el alma y no cesa, la que se hinca más y más, la que se siembra en el corazón, se desarrolla y florece a modo de lágrimas, de alaridos, de estertores que imploran compasión y venezolanidad.
Sí, la peor herida es la de la indignación y de la incredulidad. La que sientes tú y también yo.
¿Por qué nos hieren?, ¿para defender a unos narcotraficantes?, ¿para mantener en el poder a un tarado castro–comunista, a un saltimbanqui traidor?, ¿para mantener la hambruna y la muerte de nuestros niños en los hospitales?, ¿para arruinar aún más a nuestro magnífico país?
¿Qué nos pasó como nación? ¿Quiénes somos? ¿Qué somos? ¿Por qué…, sí, por qué? ¿Qué piensan los mastines del chavismo? ¿Qué sienten? ¿Sienten?
La herida habla y pese a que su voz es introspectiva e íntima, nos ensordece, nos abruma.
Y los muertos…
Además de herirnos, nos matan.
Venezolanos (chavistas) asesinan a venezolanos (a secas). Venezolanos (chavistas) acribillan a venezolanos (a secas). Venezolanos (chavistas) enlutan a venezolanos (a secas).
Venezolanos contra venezolanos, ese es el único legado chavista, esa es la peste del siglo XXI, la peste que nos sacudió y devastó.
Lo que comenzó con una despreciable mortandad el 4 de febrero de 1992 termina igual.
Venezuela fue enlutada.
Latigazos de vergüenza y horror
Con el chavismo hemos transitado una de las crisis más extravagantes y sombrías que haya conocido nación latinoamericana –y probablemente del mundo– en su historia. Es un hecho sin precedentes lo que nos sucede y pese a que algunos lo alertamos desde sus inicios, muchos consideraron imposible esta devastación y se relajaron ante las crueles evidencias.
Han sido años pavorosos de desconcierto, tropiezo e incertidumbre encadenados a desconsoladoras traiciones que subrayan nuestra desgracia como sociedad, nuestro descarrilamiento político. Hoy expiamos nuestra ligereza con latigazos de vergüenza y horror.
Caldera sobreseyó a un asesino en serie, ¿qué podíamos esperar?
La palabra dictadura
Aunque la palabra dictadura fue pronunciada por unos pocos –nos llamaron exagerados, radicales, apocalípticos– en discursos, poemas, cantos, ensayos y expresiones de todo tipo, incluso a coro en manifestaciones y protestas, no fue suficiente. Nada era suficiente, ni las evidencias.
La palabra dictadura era encubierta sigilosamente debajo de la alfombra del oportunismo político o guardada en el lugar más clandestino de nuestro clóset discursivo porque no era popular ni políticamente correcta. La encuestología (magia negra que convierte tablas y diagramas en ingentes cuentas bancarias) y los inefables doños académicos –esos lagañosos borrachines de la conciencia crítica– inflamaban al sátrapa Hugo Chávez, a quien no se le debía confrontar porque “estratégicamente” no era conveniente. Ante nuestra frustración e incredulidad, clamaban con desparpajo: “No es una dictadura, es tan sólo un mal gobierno”.
Y aquí nos encontramos años después mentándole el coñísimo de su madre a su superficialidad.
Sin embargo, no hay tiempo para lamentos, hay que seguir.
La épica más excelsa
Estamos ante una masacre inhumana, como inhumana es la dictadura chavista que nos rige. Esa peste, como era de suponer, ha dedicado todos los recursos del estado, se ha organizado y ha dispuesto todo lo necesario –y más– para contener la rebelión popular, rebelión que le ha devuelto el sentido a la palabra dignidad y que protagoniza una de las épicas más excelsas de las que tengan memoria los pueblos que han combativo una dictadura. Los venezolanos, a pesar de las heridas y las desconsoladoras muertes, hemos vuelto a sentirnos entrañablemente orgullosos de nosotros mismos. Nos amamos como país, no estamos dispuestos a claudicar, el futuro nos pertenece.
Las estampas de la lucha son a un tiempo angustiantes y sublimes. Pese al dolor, pese a la hendida tristeza y las lágrimas, pese a la ronquera y la asfixia, el pueblo no se ha cansado, sigue. Ha logrado lo impensable: acorralar a la dictadura que babea su última furia metálica, que agoniza. Momento crucial que nos obliga a seguir hasta el final.
La palabra dictadura es una herida nacional, una agonía histórica, hay que derrotarla, erradicarla, extirparla.
Hacerlo depende de ti y de mí.
Seguimos…